A la sombra del Castillo de los Caballeros, la comunidad cristiana siria revive lentamente

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QALAT’AL HOSN es un pueblo en el oeste de Siria, en una región conocida como el Valle de los Cristianos. El lugar es renombrado por el imponente castillo llamado el Crac des Chevaliers. Este sitio es uno de los castillos medievales más importantes del mundo. Es Patrimonio de la Humanidad, una de las joyas históricas de Siria, que antes de la guerra atrajo a turistas de todo el mundo.

Crac des Chevaliers (Castillo de los Caballeros)

“Un grupo de salafistas y extremistas musulmanes llegaron aquí, muchos de ellos del Líbano, cruzando la frontera, que está solo a unas 12 millas de distancia. Tomaron el control de la fortaleza y del pueblo”, explicó el padre George Maamary, párroco de la comunidad local melquita de la Iglesia de la Asunción. Dijo: “Tan pronto como llegaron, entraron a la iglesia donde yo vivía por la fuerza y me secuestraron. Me golpearon tanto que después tuve que ser operado del hombro. Gracias a Dios, mi encarcelamiento no duró mucho tiempo; me intercambiaron por un combatiente yihadista que había sido capturado por el Gobierno”.

En el momento de la incursión, el pueblo tenía alrededor de 25.000 habitantes de diferentes religiones, la mayoría de ellos musulmanes suníes y chiítas. También había unos 300 cristianos, que vivían alrededor de la única iglesia cristiana, Nuestra Señora de la Asunción.

Tan pronto como se difundió la noticia del secuestro del padre Maamary, los vecinos, todos los cristianos, abandonaron sus casas por miedo a sufrir el mismo destino. “Fue una advertencia. Desde entonces, ninguna familia cristiana ha vuelto a vivir aquí”, dijo el sacerdote. Eso fue hace 6 años.

La fortaleza fue dañada por los grupos rebeldes y por los combates para recuperarla, una parte considerable del propio pueblo también ha sido dañada. En 2014, el castillo y el pueblo fueron recuperados por el ejército sirio. Este fue el único lugar del Valle de los Cristianos donde ha habido combates. Para el resto del país, esta zona se ha convertido en un lugar donde viven muchos refugiados, ya que es una de las partes más pacíficas.

Los rebeldes hicieron muchos saqueos, y entre los lugares que fueron saqueados estaban la iglesia y las casas de los cristianos. “La vida de la comunidad solía girar en torno a la iglesia”, explica el padre George, y añade: “Teníamos un espacio para jugar baloncesto y salas para la catequesis y otras reuniones. Puedes ver cómo está todo ahora”, mientras señala las estructuras destruidas.

La iglesia era parte de un complejo de varios otros edificios, y antes había un hotel con el nombre de Juan Pablo II, que atendía a los turistas que visitaban la fortaleza. Había hasta 17 tiendas, 1 restaurante, 1 café y varias tiendas de recuerdos y regalos.

Después de la derrota de los rebeldes suníes, las tropas del Gobierno, que son prochiítas, se vengaron de los suníes locales. El padre George tuvo que regresar apresuradamente y marcar las casas de los cristianos con cruces negras, para que los soldados no las quemaran junto con las de los suníes.

“Antes de los combates, la relación entre cristianos y musulmanes era buena”, dijo el padre George, sugiriendo que la guerra dejó una terrible herida que tardará años en cicatrizar. “Ahora es segura esta región, pero todavía no hay electricidad ni agua”, añadió. Como resultado, los cristianos no han podido regresar, a pesar de que la aldea fue liberada hace 4 años. “La sensación de impotencia de estas familias es muy grande; todavía están desarraigadas y viven en otras aldeas del Valle de los Cristianos, como Marmarita y Kafra, a 6 millas de aquí, y aún así no pueden regresar”.

Padre George Mamaary

Alrededor de la iglesia de la Asunción hay algunas casas que la gente ha empezado a reconstruir. Una de ellas pertenece a la familia de Bassam Maamary, un primo del padre George y él mismo también sacerdote. “He empezado a reconstruir la casa con mi propio dinero, para mostrarles a mis vecinos que es posible volver, que todavía hay esperanza”, dijo.

Está siendo ayudado con el cableado eléctrico por un joven llamado Wagdi Yazzi. Él también es del pueblo de Al Hosn. “No nos costará mucho regresar, pero primero necesitamos que el Gobierno reconecte el agua y la electricidad”, dijo, y añadió: “La vida aquí era muy agradable y pacífica. Teníamos contacto con gente de todo el mundo y éramos un pueblo muy abierto”.

Aparece otro vecino, Samir Bashur, que también está trabajando en su casa. Insiste en que si la gente va a volver al pueblo permanentemente, primero tendrán que reconstruir la iglesia. “Es un lugar muy importante para nosotros, donde celebramos juntos las fiestas más destacadas, donde nos reunimos y rezamos juntos, junto con nuestro párroco”.

El padre George dejó claro que no ha perdido el contacto con las otras familias. “Hacemos lo imposible para ayudarlos diariamente, para que eventualmente puedan regresar a sus hogares”.

—Josué Villalón