In a Rio favela, a 12-year-old girl has bullet-proof faith

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LAÍS MARÍA PEREIRA da Silva, de 12 años, nació y se crió en una parte de Río de Janeiro llamada Complexo da Maré, que comprende uno de los mayores conjuntos de favelas de esta mega ciudad brasileña. A pesar de su juventud, esta niña ya conoce bien la violencia, la desesperación y la muerte. El lugar de la ciudad donde vive es el hogar de 17 comunidades, con un total de 130.000 habitantes. Además de las horribles condiciones de vida en las que un trozo de pan suele ser la comida la gente vive bajo la constante amenaza de la violencia.

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Laís in front of her home

Las favelas de Río están controladas por varias facciones criminales, donde cada una de ellas hace correr la droga por los callejones que forman las infraestructuras del barrio que sirven como redes de transporte muy vigiladas. El Complexo da Maré es una de las zonas más peligrosas de la ciudad porque está dirigido por 2 grandes grupos criminales: el Comando Vermelho (“Comando Rojo”) y el Terceiro Comando Puro (“Tercer Comando Puro”). Cada uno de ellos domina los lados opuestos de la zona y están en constante lucha por ampliar su respectivo territorio.

Laĺs vive en una favela llamada Baixa do Sapateiro, en la calle llamada Divisa, que significa frontera. Esta calle recibió su nombre precisamente porque marca la frontera entre los territorios controlados por las 2 organizaciones delictivas. “Se quedan en los callejones, intercambiando disparos de armas. Tenemos que acostarnos en el suelo de nuestras casas porque ninguna habitación es segura. Los disparos vienen de delante y de detrás”, dice Viviane Pereira, otra residente de Complexo da Maré.

La violencia no solo dificulta la vida cotidiana de Laís, sino que también nubla las perspectivas de su futuro. Las escuelas de la zona a menudo tienen que cancelar las clases por razones de seguridad. Cuando no hay tiroteos cerca de la escuela pero sí hay disparos cerca de su casa, su madre, dice la niña, “tiene que llamar a los maestros para advertirles que no podemos salir a la escuela; a menudo nos piden que estudiemos para los exámenes otro día”. La niña sueña con estudiar medicina para poder ayudar a la gente y para poder hacer posible que su familia se traslade a un barrio más seguro.

Las fachadas de las casas muestran la evidencia del estado de guerra al que tienen que enfrentarse los residentes de Complexo da Maré. Las marcas de balas de diferentes tamaños son evidencia de la potencia de fuego de las pandillas. En un esfuerzo por protegerse, algunas personas tapan sus ventanas con ladrillos; otros construyen habitaciones subterráneas para refugiar a sus familias durante los tiroteos, pero nadie está realmente a salvo. “Cuando el tiroteo estalla de repente, corremos a la primera casa que vemos. Los que están aquí conocen a todo el mundo y entienden el miedo de esos momentos”, dice Laís, que añade: “Tengo miedo de que me disparen”.

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Laís and her cousin Ian

Fue precisamente en su casa donde la familia de Laís vivió uno de los momentos más angustiosos de su vida. Era una tarde típica; su primo Ian, que tenía 12 años en ese momento, estaba jugando en el pequeño patio de la casa, ya que a los niños rara vez se les permite jugar fuera de los límites del hogar. Laĺs recuerda: “De repente, comenzó un tiroteo. Antes de que Ian pudiera correr dentro, le dispararon. Mi tía, la madre de Ian, corrió escaleras abajo y encontró a su hijo en el suelo, con un charco de sangre alrededor de su cabeza”.

La bala alcanzó el lado derecho de su cerebro. Los familiares tuvieron que esperar a que el tiroteo terminara antes de poder llevarlo al hospital. Sobrevivió, pero su lesión requirió muchas cirugías, una de ellas incluyó la extirpación de parte de su cerebro. Como resultado, algunas de sus habilidades motoras se vieron afectadas; la cirugía también afectó su capacidad para hablar.

“Me sentí muy triste, muy conmovida cuando le pasó todo esto a mi primo”, dice Laís, y añade: “Hoy, 7 años después, juega con nosotros, pero no puede correr”. Ian está confinado a una silla de ruedas y recuerda muy poco lo que pasó ese día. Pero su familia nunca lo olvidará. Laís, junto con todos sus amigos, vive bajo la sombra del miedo de que le hagan daño, con un resultado terrible.

“Me gusta jugar… correr con mis amigos”, continúa Laís, aunque, añade: “Cuando estamos en las calles o callejones cercanos, tengo miedo de que me golpeen, o de que un disparo hiera a uno de ellos”. En estas circunstancias casi insoportables, es la fe en Dios la que mantiene a Laís y a su familia en marcha. Sería fácil perder la esperanza y dar paso a la desesperación bajo la constante amenaza de la violencia.

Sin embargo, hablando con la pureza de una niña, Laís les enseña a los que escuchan una importante lección: incluso en medio de los tiroteos, dice, “es posible mantener una fe a prueba de balas y ser un signo de esperanza para los demás. Siempre rezo a Dios para que apoye a los padres de Ian, mi tío y mi tía, y que nada malo les pase a mis amigos”.

—Isis Maria Vieira