En Nigeria, ataques brutales y una historia de supervivencia

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ES COMÚN en Nigeria que los pastores nómadas se enfrenten de vez en cuando con los agricultores por el uso de la tierra. Sin embargo, en el último año en particular, las incursiones de los pastores musulmanes fulani se han vuelto más violentas y se han dirigido específicamente a los cristianos. Misteriosamente, los pastores llevan armas sofisticadas, lo que ha llevado a especular que los ataques son financiados, planeados e instigados por grupos anticristianos. Rejoice James, una estudiante católica de 13 años de edad de la escuela primaria y secundaria de San Kizito, en Samaru Kataf, Estado de Kaduna, cuenta la historia de 2 de esos ataques:

Aid to the Church in Need supports the suffering Church around the world, including in Nigeria, where faithful suffer attacks by Islamist Fulani Herdsmen
Rejoice James

“Fue un jueves por la mañana (16 de marzo de 2017) exactamente a la 1:30 am; escuché a la gente gritar ‘¡fuego! ¡fuego!’ Mi madre, mi padre y mis 2 hermanos salieron corriendo de la casa. Los pastores fulani habían llegado a nuestra aldea, mataron a algunas personas e incendiaron casas, incluida la nuestra, que se quemó hasta las cenizas. No pudimos hacer nada para detener el fuego; lo perdimos todo. Se sentía como si Dios estuviera realmente en silencio y la vida no fuera justa. Aún así, salimos ilesos”.

“Mientras estábamos parados preguntándonos qué hacer, Dios nos envió un ayudante, un hombre musulmán que corrió hacia nosotros y gritó: ‘¡Corran por sus vidas! Ustedes fueron buenos conmigo y decidí corresponderles. Corran tan rápido como puedan, los pastores fulani ya están en camino para mataros’. Me acerqué a ver quién era el hombre y me sorprendí al descubrir que era el guardia de seguridad de mi escuela”.

“Así que corrimos. En el monte todo el mundo era egoísta; corrimos como si hubiera una competencia; estábamos exhaustos y absolutamente asustados, pero seguimos corriendo y más tarde llegamos a Samaru Kataf, que está a casi 80 millas de donde vivíamos. Parecía que habíamos llegado allí en un abrir y cerrar de ojos, y me pregunté cómo. Fue un misterio que no puedo explicar”.

“Fuimos a una iglesia católica, donde nos alimentaron y nos vistieron durante unos días. Después, nos mudamos a la casa del primo de mi padre. Mis padres ya no podían permitirse enviarnos a mis hermanos y a mí a la escuela católica, así que empecé a asistir a una escuela estatal”.

“Una mañana temprano, el 9 de mayo de 2017, mi director envió un mensaje a mi padre, diciéndole que no debíamos ir a la escuela ese día, que no todo estaba bien en la comunidad. Esa tarde, mi papá tomó su bicicleta para ir al mercado. Unas horas más tarde, vi a la gente gritando algunos lloraban y corriendo por todas partes. Las mujeres corrieron a nuestra casa y dijeron: ‘Estamos condenados de nuevo’.

“Nos enteramos de que unos pastores fulani habían llegado al mercado y habían matado a 3 cristianos e hirieron gravemente a otros 4. La violencia había sido desencadenada por el asesinato de un taxista fulani por parte de algunos de nuestros jóvenes, que se vengaron del ataque a Fanda Kaje. Empecé a temblar, pensando en mi padre que había ido al mercado; mi madre también temblaba, ya que ambas nos preguntábamos si mi padre seguiría vivo”.

“Mi madre me tomó la mano y empezamos a correr hacia el mercado. Encontramos el caos; tomates, pimientos, cebollas y otros alimentos estaban esparcidos por todas partes; algunas tiendas estaban incendiadas. Yo estaba muy asustada, no sabíamos dónde buscar. Entonces, oímos una voz: ‘Si te mueves, te dispararé’. Salimos corriendo junto con otras personas; mi madre me llevó en sus brazos y corrió tan rápido como sus piernas podían llevarla; una mujer la empujó y ella tropezó, lesionándose la pierna. Pero el dolor no la detuvo”.

“Justo cuando estábamos a punto de volver a nuestra casa, llegaron gritos de jóvenes. Nos dimos vuelta y vimos a mi padre en el suelo, sin vida. Los chicos habían llevado su cuerpo desde el mercado. Corrieron hacia mi madre, que se había desmayado, le echaron agua en la cara y recuperó el conocimiento. En ese momento, empezó a gritar y a llorar desesperadamente. Yo podía sentir el dolor de mi madre mientras nos abrazaba a mis hermanos y a mí con mucha fuerza; todos llorábamos a mares. Me preguntaba por qué Dios permanecía en silencio”.

“Después del entierro de mi padre, ayudé a mi madre a vender tomates durante 6 meses. Gracias a mi tío, ahora estoy asistiendo a una escuela católica de nuevo. Soy feliz porque hice nuevos amigos y porque mis 2 hermanas, mi madre y yo sobrevivimos al ataque”.

“Por fin estamos disfrutando de la paz en la comunidad; el ejército ha intervenido para protegernos. El odio entre los cristianos y los pastores fulani es insoportable, pero aún así agradezco a Dios que haya un poco de sol después de la lluvia en nuestra comunidad”.

—Patience Ibile  

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