Ruanda: «Si perdemos a los jóvenes, perdemos a la sociedad»

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El obispo Papias Musengamana, de la diócesis de Byumba, en el noroeste de Ruanda, visitó recientemente la sede internacional de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN). Contó a la fundación pontificia cómo se recuperó su diócesis de la ausencia casi total de sacerdotes tras el genocidio de 1994 y habló del significado del trabajo pastoral con familias y jóvenes. 

El año pasado, la Iglesia de Ruanda inició las celebraciones de un doble jubileo bienal: el 125 aniversario de la evangelización del país y el Jubileo de los Peregrinos de la Esperanza. ¿Puede decirnos algo sobre la situación de la Iglesia católica en el país?

Representamos aproximadamente el 39% de la población del país. El número de católicos ha disminuido en los últimos años. Las sectas se han multiplicado. La evangelización, por tanto, sigue siendo una prioridad. Un reto para nosotros es la falta de medios financieros y de infraestructuras. Mi diócesis es muy rural, y los cristianos de las zonas rurales deben recorrer largas distancias para ir a la iglesia. Eso supone un problema para las personas mayores, por ejemplo.

Obispo Papias Musengamana

¿Cómo ha afectado el genocidio de 1994 a la Iglesia y a los sacerdotes?

La reconciliación entre la población y las familias tras el genocidio representa un gran reto que hay que superar, para que el Evangelio pueda echar raíces mejor. La Iglesia comenzó esta labor hace mucho tiempo, pero aún queda mucho camino por recorrer.

Durante el genocidio, muchos sacerdotes fueron asesinados o huyeron. En mi diócesis solo quedaban tres o cuatro. No teníamos ninguna esperanza de volver a tener algún día suficientes sacerdotes para las parroquias. Pero, al final, hubo muchos jóvenes que entraron en el seminario. Hoy, 30 años después, ¡mi diócesis tiene más de 130 sacerdotes! La mayoría son realmente jóvenes, pues se ordenaron después de 1994.

La formación de sacerdotes es, por tanto, una de las prioridades de ACN.

Sí, y quiero aprovechar esta oportunidad para dar las gracias de todo corazón por el trabajo que realiza ACN, gracias a los benefactores, que están tan cerca de nosotros. El año pasado, ustedes prestaron una valiosa ayuda a la formación de 59 seminaristas y a la renovación de las instalaciones sanitarias del seminario menor, un centro católico de enseñanza secundaria que prepara a los estudiantes para el sacerdocio. Y también, este año, con la formación de 65 seminaristas. Gracias también por el apoyo a los diversos proyectos pastorales de evangelización.

¿Cuáles cree que son las razones del gran número de vocaciones en su diócesis?

Para nosotros, los seminarios menores son muy importantes: es ahí donde se desarrollan muchas vocaciones. Cada año, unos diez jóvenes pasan de estas escuelas al seminario.

La influencia que la familia ejerce sobre los hijos es también decisiva. Se observa, por ejemplo, que un gran número de sacerdotes y religiosos proceden de familias en las que al menos uno de los padres era catequista. Los catequistas están muy comprometidos y profundamente arraigados en la fe. Son los primeros anunciadores del Evangelio en el país. Y también transmiten esta fe a sus hijos.

Por eso es tan importante el trabajo pastoral con las familias.

Es muy significativo para nosotros, incluso cuando, por desgracia, no tenemos muchos recursos. Las familias tienen muchos retos, y la Iglesia debe ayudarlas. El mundo se ha convertido en una aldea. La influencia del exterior es muy fuerte a través de internet, las redes sociales y la televisión. No somos inmunes a las ideologías. Hay mucho más individualismo, materialismo: las parejas discuten por dinero. Tenemos muchos divorcios, incluso en los pueblos del campo. La evolución ha sido muy rápida. En los últimos diez años, las cosas han cambiado mucho.

Es importante que los jóvenes tengan modelos que puedan seguir. Usted también es responsable de la pastoral juvenil en la Conferencia Episcopal de Ruanda. ¿Existen modelos de este tipo en Ruanda, por ejemplo, santos que ya hayan sido canonizados?

Todavía no, pero hay un par que están en proceso de beatificación: Cyprien y Daphrose Rugamba. Fueron asesinados durante el genocidio junto con varios de sus hijos. Su camino juntos como pareja no fue fácil, pero su testimonio es aún más hermoso. La pareja tenía un gran amor por la Eucaristía. Aunque muchos jóvenes siguen yendo a misa, cada vez son menos. Esperamos poder crear fiestas para ellos, para reunirlos, darles catequesis, hablar con ellos de los peligros de la drogadicción, etc. Muchos se encuentran solos y sin ocupación en los tres meses de verano: pasan los días en la calle y entran en contacto con las drogas. Sin embargo, si perdemos a los jóvenes, perdemos también a la sociedad. Por eso, los siervos de Dios Cyprien y Daphrose, profundamente comprometidos con los niños de la calle, son valiosos defensores para que nuestros jóvenes encuentren el camino del cielo.

―Sina Hartert