En São Paulo, la Misión de Belén vive la primera noche de Navidad al servicio de los sin techo

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EN LA CIUDAD DE SÃO PAULO, Brasil, hay más de 25.000 personas sin hogar. Son nuestros “hermanos y hermanas de la calle”, dicen los misioneros de la Misión Belén, una comunidad de ayuda fundada en 2005 por el padre Gianpietro Carraro y la hermana Cacilda da Silva Leste. El carisma de la comunidad consiste en vivir la realidad de aquella primera noche de Navidad y “encarnarse en medio de los pobres, para que Dios pueda llegar a ellos de manera más profunda”.

En la Misión de Belén

Los miembros de la Misión de Belén, originalmente, comenzaron su trabajo viviendo en las calles junto a los pobres. Pero se dieron cuenta de que lo que esta gente necesitaba era un refugio. Así comenzó el ministerio de bienvenida, rescatando hombres, mujeres, ancianos y niños de una vida marcada por las drogas, la violencia y el abuso.

“La persona que no da a Dios, da muy poco”, estas palabras del Papa Benedicto XVI están a menudo en los labios de estos misioneros. El padre Carraro dice a Ayuda a la Iglesia que Sufre que le duele como una herida en el corazón cuando oye a la gente describir la misión como una entidad de ayuda social”.

Dice: “Por supuesto, hacemos todo lo que podemos para ayudar a nuestros hermanos y hermanas, pero somos sobre todo una obra de evangelización. Jesús sanó, predicó, bendijo y vivió entre la gente, como nosotros en la Misión de Belén. Cuando alguien viene a uno de nuestros refugios, significa que ya ha sido tocado por Dios, porque es extremadamente difícil para cualquiera salir de las calles y de las drogas. En los últimos 14 años, 1.500 personas han pedido ser bautizadas”.

Una de las personas rescatadas por la Misión de Belén es Rafael de Jesús. El sufrimiento de su infancia se convirtió en una vida de violencia, drogas, crimen y períodos en prisión. Terminó en el centro de São Paulo, sin querer vivir más. Durante 6 años vivió en las calles, consumiendo crack y comiendo de los cubos de basura. Su única súplica era que Dios terminara con su vida.

Rafael cuenta su historia: “Cuando llegué a la Misión de Belén, nadie me preguntó por las cosas malas que había hecho, sino que me abrazaron, me regalaron una sonrisa y me ofrecieron comida, un baño caliente y ropa nueva. Sabía que Dios era misericordioso, pero no me di cuenta de lo misericordioso que era. Como había tenido muchas oportunidades y las había desperdiciado, estaba convencido de que estaba perdido. Pensé que Dios había retirado su mano de mí y que moriría en las calles.” Hoy, Rafael es monaguillo y piensa casarse. “Me siento como un ser humano una vez más”, dice.

A todos los que son acogidos en un refugio de la misión se los anima a hacer un retiro y al mismo tiempo se les da un ‘diario espiritual’ personal un folleto mensual con el Evangelio del día, una meditación sobre la Palabra y un espacio para escribir cómo está viviendo este Evangelio. Gracias a este diario, muchos han podido aprender a leer y escribir. Sin embargo, ha sido difícil ofrecer la continuidad necesaria a través de este material, y aquí es donde Ayuda a la Iglesia que Sufre ha colaborado económicamente y también ha proporcionando copias del catecismo para jóvenes YOUCAT, que se entrega a cada residente después de 6 meses.

“En la Iglesia todos somos uno. Estás en la calle, mientras que al mismo tiempo hay alguien, a menudo una persona común, lejos, tal vez alguien que ni siquiera puede salir de la casa que, sin embargo, hace una contribución. Es maravilloso porque este donante se convierte así en un verdadero instrumento de evangelización”, dice el padre Carraro.

Rodrigo Arantes