Mensaje de Regina Lynch
Queridos amigos:
A través de mi trabajo con Ayuda a la Iglesia que Sufre he tenido el privilegio de reunirme con católicos en algunos de los lugares más remotos del mundo, donde, gracias a sacerdotes y religiosas devotos, se han plantado y nutrido con cuidado las semillas de nuestra fe.
Pero también he estado en lugares donde la fe sigue viva tan solo gracias a laicos valientes y decididos, y un ejemplo que me viene a la mente es Kirguistán, que fue una república soviética hasta su independencia en 1991. En las décadas treinta y cuarenta del siglo pasado, Stalin deportó a Kirguistán a miles de católicos —muchos de ellos con raíces alemanas, ucranianas o polacas— y les impidió practicar su religión. No obstante, sobre todo las madres mantuvieron viva la fe entre estos sufridos creyentes, y hace unos años pude conocer a algunas de ellas cuando visité junto con el administrador apostólico de Kirguistán, P. Anthony Corcoran SJ, algunas pequeñas aldeas en ese país. Junto con sus hijos y nietos llenaban las pequeñas casas que ahora sirven de capillas.
Para mí, son un ejemplo de que todos tenemos el deber de vivir y transmitir nuestra fe, incluso en las situaciones más difíciles.
Regina Lynch
Presidenta Ejecutiva