A menos que ocurra un milagro, tendremos que abandonar Cuba
LOS HERMANOS de la Orden de Nuestra Señora de la Misericordia (mercedarios) en la Parroquia de Jesús del Monte, en La Habana, la capital cubana, están luchando con la pobreza y las secuelas del huracán del año pasado.
La noche del 27 de enero de 2019 fue una que fray Gabriel Ávila Luna no olvidará fácilmente, pues hubo momentos en los que pensó que podría ser la última. Vientos de cerca de 200 millas por hora arrasaron con partes de La Habana. Durante unos 16 minutos, los frailes que vivían en la Parroquia de Jesús del Monte estuvieron entre la vida y la muerte. El huracán arrasó una franja de territorio de unos 18 millas de largo y un tercio de ancho, cobrando la vida de 4 personas.
“Sonaba como un bombardeo militar, había sonidos como disparos y realmente pensamos que íbamos a morir”, recuerda el hermano Rodolfo Rojas. “Todavía hay trozos de teja de las casas vecinas incrustados en las paredes de nuestra iglesia y monasterio. El temor de que algo así pueda volver a suceder es algo que ha entrado en los huesos de muchos de nuestros vecinos”. Y la temporada de huracanes está a punto de comenzar.
El huracán descargó su furia especialmente en la iglesia. “El techo de madera, que data de la época colonial, y los muros de piedra de escombros fueron dañados irreparablemente y casi todos los bancos, estatuas y otros muebles dentro fueron destruidos o arrastrados por la fuerza del viento, que abrió la gran puerta de la entrada principal. La cruz de hierro que coronaba el campanario fue simplemente arrancada de sus amarras y cayó como un proyectil sobre el tejado del coro, dejando un enorme agujero”, explica Eduardo Andrés, el encargado de los planes de reconstrucción, a los que Ayuda a la Iglesia que Sufre estará prestando ayuda en los próximos meses.
Esta reparación es extremadamente urgente. Fray Gabriel explica: “La iglesia y la casa parroquial han quedado en un estado espantoso y se deterioran aún más cada día. Además, tenemos que reunir a la gente fuera de la iglesia los domingos. Cuando llegue la temporada de lluvias esto no será posible”. Los frailes están muy agradecidos con Ayuda a la Iglesia que Sufre por haber prometido, junto con otras organizaciones, ayudar a restaurar esta iglesia histórica y tesoro nacional.
Pero este joven fraile mexicano de 29 años sigue teniendo noches de insomnio, no por miedo a un nuevo huracán, sino porque como superior de su comunidad en Cuba no sabe cómo resolver los demás problemas a los que se enfrentan los frailes. La casa en la que viven los hermanos tiene sus puertas y ventanas destrozadas, y en algunos lugares el suelo sigue inundándose durante la temporada de lluvias, cuando el agua se filtra por todas partes. “No es tanto por nuestro bien, sino por el de los 3 seminaristas que tenemos, jóvenes a los que les gustaría unirse a nuestra comunidad, pero que se ven obligados a permanecer en casa debido al estado ruinoso de nuestro monasterio”, dice el hermano Gabriel.
“Volvimos a la isla en 2012, después de estar 125 años lejos de Cuba. Fray Rodolfo fue uno de los primeros en hacer su profesión desde que llegamos aquí. Vivimos por la providencia de Dios, para nuestra comida, medicamentos, gastos personales. Pero las cosas están muy mal en Cuba ahora mismo”.
“Nuestra presencia en la isla está en juego, porque si no podemos llegar a fin de mes, tendremos que emigrar a México, ya que no podemos mantener la misión aquí. A menos que ocurra un milagro, vamos a tener que abandonar Cuba. Sería una gran tragedia, porque creo que nuestro carisma de redención y nuestra presencia aquí son vitales para la gente de la zona. Sería muy triste tener que volver a salir, pero realmente no sé cómo evitar tener que cerrar esta gran misión”.
—María Lozano