Panamá: para llegar a sus fieles, este sacerdote necesita un vehículo con tracción en las cuatro ruedas

Compartir esta noticia:

El VICARIATO APOSTÓLICO del Darién está en el sur de Panamá, en la región del Río Congo. Está compuesto por 38 comunidades y la mayoría de sus habitantes son agricultores de arroz y frijoles. La zona es de muy difícil acceso y el cuidado de los fieles recae en solo 2 sacerdotes diocesanos y 2 misioneras laicas. Mons. Pedro Hernández Cantarero, C.M.F., solicitó a Ayuda a la Iglesia que Sufre la financiación de un nuevo vehículo de tracción en las cuatro ruedas para poder continuar con las misas, la catequesis, la formación de los laicos y otras actividades pastorales, a pesar de las fuertes lluvias que prevalecen en esta región y que hacen que las carreteras sean casi intransitables. Ayuda a la Iglesia que Sufre habló con el padre Alberto Narváez, un sacerdote diocesano de Nicaragua que sirve al pueblo de Darién.

Una procesión se pone en marcha en Darién

Un día típico del padre Alberto comienza a las 5 de la mañana. Se asegura de que el auto tenga suficiente gasolina y comprueba la presión de los neumáticos. Repasa su lista de: “Paraguas, botas de goma, mochila para la misa, una linterna… ¡sí, tengo todo!” Hoy tiene un día completo por delante. Espera llegar a las comunidades de Peñitas y Cacao, pueblos a los que es casi imposible llegar en auto en días de lluvia. “Me pasó una vez que los caballos tuvieron que remolcar mi auto porque no tenía tracción y había perdido el control de la rueda”, dice. Y aprendió una cosa: “Simplemente no se puede llegar en auto a estas zonas casi inaccesibles cuando llueve mucho. Es mejor venir otro día que arriesgar tu vida”.

En muchas comunidades del Vicariato Apostólico de Darién no hay servicio telefónico, y mucho menos acceso a Internet. En cada pueblo, los “delegados de la Palabra” supervisan el culto dominical cuando no hay un sacerdote a mano. Estos laicos ayudan a programar las visitas de los sacerdotes a las comunidades particulares. Dice el padre Alberto: “La gente me está esperando, saben el día y la hora en que acordamos reunirnos. Pero también saben que si no llego, no es porque no quiera venir, sino porque algo me impidió llegar”. Él nuevamente señala lo peligroso que es cuando las aguas del río suben. Cruzarlo requiere un vehículo de tracción en las cuatro ruedas que no sea arrastrado por la corriente.

Sin embargo, todo el “estrés de las malas carreteras y el cansancio” se olvidan inmediatamente cuando el padre Alberto llega a su destino: “Te olvidas de ti mismo cuando ves los rostros alegres de la gente. Solo queda el afecto sincero de un pueblo humilde y sencillo. Eso es algo que me da una gran fuerza como sacerdote”, dice.

Los viajes de misión se planifican teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas. “Los delegados de la Palabra y nosotros, los misioneros, arreglamos las fechas de acuerdo con las fiestas de los respectivos santos patronos de los pueblos y las necesidades pastorales locales. En verano, puedo llegar a lugares más alejados y pasar allí más tiempo porque es imposible volver en el mismo día”, dice el sacerdote, y añade: “Si varias comunidades están situadas bastante cerca una de otra, suelo permanecer en cada una durante 1 o 2 horas, dependiendo de cuántos enfermos haya que visitar y cuántas bendiciones, confesiones u otros sacramentos se soliciten”.

Después de haber recorrido cientos de millas y de haber visitado decenas de familias y hogares, el padre Alberto regresa a casa lleno de historias y recuerdos de rostros alegres. Un día completo de trabajo ha llegado a su fin y mañana le espera otro día de camino.

—Monica Zorita