Testigo de la persecución de los cristianos en Corea del Norte
Por el Padre Philippe Blot
El padre Philippe Blot, que pertenece a la congregación de sacerdotes de París comprometidos a servir en las misiones extranjeras, ha visitado Corea del Norte en varias ocasiones, corriendo riesgos considerables. Habló a finales del mes pasado en la Catedral de Notre Dame, durante la “Noche de los Testigos”, una iniciativa anual de la oficina francesa de Ayuda a la Iglesia que Sufre.
Recientemente, pude viajar a Corea del Norte y, a pesar de la constante vigilancia de la policía, pude verificar la veracidad de varios informes y escuchar numerosos testimonios de refugiados norcoreanos.
En primer lugar en los hospitales: la situación es crítica, sin antibióticos, sin vendajes, ni siquiera jabón. Para dar un ejemplo, en lugar de botellas de suero para las transfusiones, utilizan botellas de cerveza llenas de agua con azúcar hervida.
Pude visitar algunas escuelas. Ilustran la desnutrición crónica de toda la población, con la excepción de los apparatchiks del régimen, por supuesto. Hay que saber que un niño norcoreano, de siete años, mide en promedio 8 pulgadas menos y pesa 22 libras menos que un niño de Corea del Sur. Los refugiados [que he conocido en Corea del Sur] fueron unánimes en decirme que en Corea del Norte, “tienes que sobornar a algún miembro del partido o del ejército para obtener las necesidades básicas”. Por lo tanto, la corrupción está a la orden del día.
Me sorprendió no ver a ningún discapacitado. La verdad es que el régimen norcoreano, racista y eugenista, está obsesionado con la noción de pureza racial en la que los designados como “anormales” no tienen nada que ver. En consecuencia, son expulsados de las grandes ciudades.
Corea del Norte es un país tan cerrado que nadie puede entrar o moverse sin un visado, incluido Dios”, como añaden los refugiados con un toque de humor negro. Los dos pilares principales de la represión son, por un lado, el control total sobre todos los movimientos de la población y, por otro, la imposición de una completa ignorancia sobre el mundo exterior. Los refugiados norcoreanos que logran escapar descubren para su asombro una realidad totalmente distinta de lo que se les ha contado desde su nacimiento.
Describen toda la desenfrenada propaganda marxista infligida al pueblo para convertirlo en zombies, sumisos al Partido Comunista. El dictador es presentado como un verdadero “dios”, una idea que se promueve infaliblemente en cada discurso, en toda la enseñanza, en toda la información. La dinastía Kim es objeto de un frenético esfuerzo propagandístico, con sus 30.000 estatuas y retratos gigantes en cada ciudad y pueblo y sus consignas inscritas en grandes carteles en cada calle y carretera.
A los norcoreanos se les enseña a espiar a sus vecinos y colegas y a denunciarse unos a otros por cualquier fallo en su deber hacia el “Gran Líder”. Después del arresto del transgresor, todo el vecindario y la familia son acorralados para criticar las transgresiones del supuesto delincuente. Luego es deportado, o todos son testigos de su ejecución.
Muchos miles de cristianos languidecen en estos campos de deportación. Los informes de testigos oculares y las observaciones de los satélites occidentales permiten estimar el número de personas detenidas en estos verdaderos campos de concentración, entre 100.000 y 200.000 individuos. La brutalidad de los guardias del campo es el pan de cada día de estos prisioneros, que trabajan 16 horas al día, sufren torturas atroces, por no hablar de las ejecuciones públicas de los que se consideran recalcitrantes.
Entre estos “prisioneros políticos” los que sufren el peor trato son los cristianos, ya que son considerados como espías, como “anti-revolucionarios de primera clase”. Según el régimen hay alrededor de 13.000 de ellos, pero según las organizaciones humanitarias hay entre 20.000 y 40.000. Se les señala para los tratos más crueles de todos: son crucificados, colgados de puentes o árboles, ahogados o quemados vivos. Algunas formas de tortura son demasiado horribles para las palabras.
Los gobernantes de Corea del Norte han desterrado todas las formas de religión, en particular el cristianismo y el budismo, porque, según el marxismo, la religión es el “opio del pueblo”. Los norcoreanos no saben lo que es una Biblia, ni por consiguiente quién es Dios. Hace unos años, con gran fanfarria de propaganda, el gobierno abrió una iglesia católica, un templo protestante, y una iglesia ortodoxa en la capital – ¡pero por supuesto no son más que meras piezas de exhibición!
Sin embargo, a pesar de todo esto, hay una Iglesia clandestina en Corea del Norte, que está sujeta a una continua persecución. Los refugiados norcoreanos confirman que han visto a vecinos arrestados por rezar, en su casa o en un lugar secreto. Alguna información logra filtrarse; por ejemplo, hace dos años, una mujer embarazada de 33 años fue arrestada en posesión de 20 Biblias. Fue golpeada severamente, y luego colgada de los pies en público. En mayo de 2010, unos 20 cristianos fueron arrestados; formaban parte de una Iglesia clandestina. Tres de ellos fueron inmediatamente ejecutados y el resto fueron deportados.
Se cree que desde 1995 al menos 5.000 cristianos han sido ejecutados, sólo porque rezaban en secreto o distribuían Biblias. Muchos norcoreanos se han convertido en cristianos gracias a la presencia de misioneros extranjeros en la frontera. También se sabe que algunos pastores estadounidenses y canadienses de origen coreano están actualmente encarcelados en los campos de prisioneros políticos por haber ayudado a los refugiados.
Los refugiados, cuando son capturados, corren el riesgo de ser repatriados por la fuerza, lo que significa prisión, tortura, los campos y muerte. Si no son repatriados, corren el riesgo de caer en manos de organizaciones delictivas que trafican con órganos humanos. Las mujeres y las jóvenes corren el riesgo de ser secuestradas por bandas y vendidas a los campesinos o, peor aún, a los propietarios de burdeles. Una joven coreana puede ser vendida por 800 a 1200 dólares.
Y así, como misionero y como sacerdote católico, hablo aquí en nombre de todos los coreanos que durante más de 60 años han vivido el Via Crucis más largo de la historia de la humanidad. Hablo en nombre de aquellos a los que les han arrancado un ojo, u otro órgano, sin anestesia, para que puedan ser transplantados a chinos ricos, japoneses u otros. ¡Hablo en nombre de todos los norcoreanos que son víctimas de los traficantes de esclavos!
En conclusión, calculando las cosas sobre una base estrictamente geopolítica -considerando la relativa inacción de China y de las potencias occidentales- los 21 millones de norcoreanos corren el riesgo de tener que esperar mucho tiempo antes de ver una mejora radical de su suerte. Salvo una intervención de Dios, eso es algo por lo que rezamos ardientemente todos los días por este pueblo crucificado.