Testimonio de un sacerdote desde Mariupol, Ucrania: “Esto es un infierno”

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SEGÚN SUS PROPIOS INFORMES, EL EJÉRCITO RUSO puso en marcha el 8 de marzo un nuevo alto el fuego en Ucrania y ha abierto “corredores humanitarios” para cinco ciudades. Una de ellas es Mariupol, ciudad portuaria en el mar de Azov que está asediada por las tropas rusas. Ya ha habido cuatro intentos de evacuación de la ciudad, y muchas personas pudieron salir el pasado fin de semana.

Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) tiene socios de larga duración en Mariupol, entre ellos los Padres Paulinos. Desde el 3 de marzo, ACN no había tenido noticias de ellos. Solo el 6 de marzo se puso en contacto uno de los sacerdotes, el padre Pavlo. Los sacerdotes salieron de Mariupol el 5 de marzo como parte de un convoy de 100 coches. Todavía están en la carretera y aún no han llegado a un lugar más seguro. Los sacerdotes han vivido un infierno. ACN quiere compartir este testimonio del Fray Pavlo, para animar a la gente a rezar y ayudar a las personas en las zonas de guerra.

“Mariupol es como el Armagedón. Es un infierno. Por favor, díganle al mundo: es una tragedia. Hay disparos al azar. Toda la ciudad es como un gran campo de batalla. Por todas partes caen bombas. Por todas partes se oyen disparos. Mariupol es una ciudad rodeada por el ejército ruso. La gente está sentada en sus sótanos”.

“Apenas podíamos dormir. Nadie podía dormir. Nos dolía todo el cuerpo por los ataques de las bombas. Yo había montado un refugio en un rincón, ahí era donde vivía, por así decirlo. Todos teníamos miedo. Nuestro monasterio se estaba construyendo con la ayuda de Ayuda a la Iglesia que Sufre y el edificio aún no estaba terminado. Por desgracia, no teníamos sótano. Últimamente tampoco teníamos electricidad, ni agua, ni nada que comer, solo las provisiones que habíamos traído”.

“Durante dos días solo tuve una lata de comida: cuando pasas por algo así, no sientes hambre. Puedes sobrevivir sin comida, pero no sin agua. La gente salió de sus casas en busca de agua, y como resultado muchos de ellos tuvieron una muerte brutal. Caminar por las calles en Mariupol equivalía a un suicidio. Dijimos a los fieles que se quedaran en casa y que no celebraríamos ninguna misa, porque era demasiado peligroso”.

“El sábado formamos un convoy de 100 coches y quisimos salir de la ciudad. Los soldados de todos los puestos de control nos dejaron pasar hasta que los separatistas de la llamada República de Donetsk nos detuvieron. No nos permitieron seguir adelante, pero nos dejaron refugiarnos en un pequeño pueblo. Después hubo más desvíos. Nos acompañaban mujeres embarazadas y niños. No puedo olvidar la imagen de una mujer embarazada de rodillas, rogando a los separatistas que nos dejaran pasar, pero se negaron”.

“No te puedes imaginar todo lo que vimos allí. Son imágenes que no se pueden olvidar: por todas partes todo destruido por las bombas, y a veces teniendo que conducir alrededor de cadáveres que yacían en el camino. Esta tragedia clama al cielo”.

“Ahora estamos fuera de la ciudad. Todo el mundo ha intentado salvar su vida y llegar a un lugar seguro, pero ¿qué pasa con la gente que no puede y sigue en Mariupol? Con mucha gente no tenemos contacto: no tenemos ni idea de dónde están y quién sigue vivo. Mariupol es una ciudad rodeada por el ejército ruso. Querido Dios, ¿cuándo terminará todo esto? Reza por nosotros”.

—Maria Lozano