En Venezuela, la crisis ha acercado a muchos a la Iglesia

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EL PUEBLO DE VENEZUELA VIVE UNA GRAVE CRISIS ECONÓMICA desde hace más de 15 años. Casi siete millones de venezolanos han emigrado; sobre todo los jóvenes se ven obligados a abandonar el país. Esto es una pérdida para el futuro.Venezuela sufre una hiperinflación descontrolada, que afecta especialmente a los más pobres, que ven cómo sus bajos ingresos pierden cada vez más valor; mientras tanto, el hambre aumenta y las oportunidades disminuyen. Monseñor Raúl Biord, obispo de La Guaira, diócesis del centro-norte del país, habló con Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).

¿Qué puede hacer la Iglesia de Venezuela para ayudar a los venezolanos que sufren el hambre, la ausencia de perspectivas y la falta de recursos?
Sacerdotes, religiosos, catequistas, agentes de pastoral y voluntarios a nivel parroquial se esfuerzan por estar cerca de la gente, especialmente de los más pobres. La Iglesia se compromete a ayudar a los más necesitados a través de diferentes programas de alimentación para niños y ancianos indigentes. Los niños lactantes y las madres embarazadas sufren niveles muy altos de desnutrición. Se miden el peso, la altura y el perímetro muscular de los niños, y a los que se descubre que están desnutridos se les dan multivitaminas y alimentos. También hay muchos comedores sociales en las parroquias, dispensarios y centros de salud parroquiales, donde miles de voluntarios ayudan cada día a los más vulnerables.

Una de las tareas más importantes, en las parroquias y comunidades religiosas, es mantener viva la esperanza, como hizo la Virgen María al pie de la cruz. Sabemos que el buen Dios no nos abandonará en nuestra hora de necesidad, que está aquí, y que no nos dejará solos; al contrario, nos da la fuerza para seguir luchando. Compartiendo la Palabra de Dios y sirviendo a los más pobres, estamos construyendo la esperanza y encontrando la fuerza que nos puede animar a seguir adelante con fidelidad y creatividad.

Obispo Biord

¿Son ustedes libres de comprometerse con la ayuda social o se enfrentan a obstáculos por parte del gobierno?
La Iglesia participa en muchos programas sociales y tiene suficiente libertad de acción. Hay obstáculos en nuestro camino como en todas partes —legales y administrativos, dificultades para comprar y entregar alimentos y medicinas—, pero cuando hay voluntad de trabajar juntos y buena voluntad por ambas partes, siempre se encuentran caminos.

Estamos aquí para servir a la gente, especialmente a los más pobres. Nuestro papel y nuestro compromiso son actuar como una presencia que pueda aportar luz a las situaciones, inspirados por el Evangelio. La mejor contribución que podemos hacer al país es un auténtico discernimiento basado en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. A veces, esa voz puede molestar a miembros del gobierno o de la oposición, o a diferentes grupos económicos y sociales, pero la profecía no puede permanecer en silencio. El anuncio del Reino de Dios va a menudo en contra de las injusticias que se cometen y del daño que se inflige a los más pobres.

¿Cómo afronta la Iglesia esta crisis a nivel espiritual?
En la Iglesia nos mueve el amor de Cristo y el ardor por anunciar el Reino de Dios. De Dios y en Dios sacamos fuerza espiritual para actuar como cristianos en la realidad social y económica en la que vivimos.

Nuestras comunidades cristianas enfrentan su realidad a través de su fe en Dios, encontrando la fuerza y la resistencia necesarias para seguir adelante frente a muchos problemas. Muchas parroquias tienen un plan pastoral que integra el anuncio, la celebración, el servicio, la comunión y la misión. En el ámbito parroquial, las oficinas locales de Cáritas reúnen a creyentes y no creyentes a través de sus numerosas iniciativas de alcance social. En verdad, es imperativo reconocer que muchos de los que habían abandonado la fe fueron devueltos a la comunidad recorriendo el “camino de la caridad”. Al servir, redescubrieron a Dios en el Buen Samaritano, que nos invita a seguirle en este camino.

¿Existen también vocaciones sacerdotales?
En medio de tanto sufrimiento, han florecido nuevas vocaciones sacerdotales, como un regalo de Dios. Muchos jóvenes están respondiendo positivamente a la llamada de Dios a ser pescadores de hombres y sembradores de esperanza. En el seminario de mi diócesis hay este año 56 seminaristas de varias diócesis.

¿Cómo afectó la crisis sanitaria a la Iglesia en Venezuela?
Incluso antes de la pandemia del COVID-19, el país ya se enfrentaba a una grave crisis sanitaria debido a la escasez de medicinas, el éxodo de médicos y enfermeras en busca de mejores condiciones de vida en el extranjero, el deterioro de la atención hospitalaria y la falta de un sistema de salud pública funcional. El COVID-19 agravó la situación. En la actualidad, nos encontramos en una tercera oleada y el número de casos y muertes está aumentando considerablemente; donde se cuentan 43 sacerdotes, entre ellos el obispo de Trujillo, Oswaldo Azuaje, y el cardenal Jorge Urosa. En los ambulatorios y hospitales de la Iglesia estamos atendiendo a los más necesitados y a los infectados por el virus. Necesitamos apoyo para conseguir nuevos equipos y obtener los medicamentos que necesitan nuestros pacientes.

¿Puede mantener el contacto con los refugiados venezolanos? ¿Pierden su vínculo con la Iglesia una vez que llegan a un país extranjero?
El número de venezolanos que se fueron se acerca a los 7 millones. Es la mayor migración en la historia moderna del país y esto en menos de una década. La vida de todo emigrante es siempre difícil y dolorosa. La gente no se va de su país porque quiera; lo hace para huir del hambre, la violencia, la guerra, la falta de condiciones de vida dignas, la pérdida de un futuro. Sin embargo, ya existen comunidades más o menos organizadas de venezolanos en varios países de acogida, que ofrecen orientación y ayuda a los recién llegados.

Un comedor social local

Los venezolanos son un pueblo profundamente religioso; creen en Dios, tienen una gran devoción a la Virgen María bajo sus diferentes advocaciones, y sienten la cercanía del Beato José Gregorio Hernández, médico de los pobres. Una de las pocas cosas que caben fácilmente en la maleta de los emigrantes venezolanos es su fe en Dios. Cuando llegan a una nueva tierra, buscan la iglesia católica más cercana. En varios países, la Iglesia local los ha acogido con afecto, proporcionándoles ayuda a través de la obra social de Cáritas para los migrantes. Algunos obispos nos han dicho que muchas de sus parroquias se han renovado pastoralmente gracias a la contribución y participación de los migrantes venezolanos. Nos alegramos de ello y pedimos a todas las diócesis que acojan a los recién llegados y los integren en sus comunidades. Al igual que en la primera comunidad cristiana (véase el capítulo 8 de los Hechos de los Apóstoles), la diáspora de discípulos permitió que la Iglesia creciera a medida que los migrantes anunciaban el Evangelio.

Para nosotros es importante encontrar una solución a los problemas del país, para detener la migración masiva que nos está empobreciendo aún más, ya que la mayoría de los migrantes son jóvenes. En las condiciones adecuadas, no solo los venezolanos sino todos los migrantes volverían a su lugar de origen; de hecho, pocos estarían en desacuerdo en que no hay mejor país que el propio.

Por último, ¿qué esperan de la Iglesia universal? ¿Cuáles son sus necesidades más importantes?
Esperamos que las Iglesias hermanas de otros países no nos abandonen, que, mediante la oración y la asistencia, se acuerden de los que más sufren y ayuden a los pobres a satisfacer sus necesidades materiales —alimentación, salud, educación, formación laboral, etc.— y también las espirituales. Así, los sacerdotes y las monjas no se encerrarán y podrán permanecer entre la gente, las iglesias y los centros sociales, lugares de esperanza para los pobres donde compartimos el pan, brindando al menos el apoyo mínimo que necesitan. Agradezco a ACN su colaboración, que nos ha permitido descubrir que, a través de gestos concretos, somos realmente una sola Iglesia católica, universal y fraterna.

—Maria Lozano