Ayuda a la Iglesia que Sufre celebra el centenario del nacimiento del papa San Juan Pablo II
EL PAPA JUAN PABLO II hizo historia y se convirtió en uno de los gigantes del siglo XX, tanto en la historia de la Iglesia como en la del mundo entero. Igualmente inquebrantables y a menudo históricos fueron los proyectos que promovió y que en tantas ocasiones Ayuda a la Iglesia que Sufre hizo suyos.
“El Papa Juan Pablo II es amigo de nuestra obra. Lo conocemos como un hombre valiente, inquebrantable en su fe y con un amor filial por la Virgen María. Si Dios quiere, bajo su guía, la resurrección del Señor se convertirá en una resurrección de la Iglesia”, escribió el padre Werenfried van Straaten, fundador de Ayuda a la Iglesia que Sufre. El 18 de mayo de 2020 marca el centenario de su nacimiento, y Ayuda a la Iglesia que Sufre continúa encomendando sus actividades a San Juan Pablo II.
Los primeros contactos de Ayuda a la Iglesia que Sufre con Karol Wojtyla se remontan a incluso antes de que fuera nombrado arzobispo de Cracovia en 1964. Durante muchos años, como representante de la Conferencia Episcopal Polaca, el hombre que luego sería elegido Papa en 1978 había estado en contacto frecuente con la organización benéfica para debatir proyectos de apoyo a la Iglesia en Polonia, que entonces estaba bajo el régimen comunista.
La primera vez que se unieron fue en 1967, cuando los comunistas construyeron una ciudad en las afueras de Cracovia para los trabajadores de una planta siderúrgica: querían crear una “ciudad sin Dios” para 200.000 personas y, en línea con la imposición del ateísmo, no contemplaban ninguna iglesia para la nueva ciudad de Nowa Huta. A pesar de esto, domingo tras domingo, miles de católicos polacos se reunían alrededor de una gran cruz para celebrar la misa. Aun con el esfuerzo de los comunistas por tratar de disuadirlos, finalmente pudieron construir, con el apoyo de Ayuda a la Iglesia que Sufre, una iglesia lo suficientemente grande para albergar a 5.000 fieles. En 1977, el arzobispo Wojtyla pudo consagrar esta iglesia. Esta victoria contra el Gobierno comunista también significó una poderosa señal a los países vecinos igualmente oprimidos por el régimen soviético.
En 1978, Ayuda a la Iglesia que Sufre se puso inmediatamente al servicio incondicional del pontificado del futuro San Juan Pablo II. Uno de sus deseos más profundos era la reconciliación. Y así fue como, tras la caída del comunismo, le confió Ayuda a la Iglesia que Sufre la labor de reconciliación con la Iglesia ortodoxa rusa. Con este fin, y a pesar de su avanzada edad, el padre Werenfried viajó dos veces a Rusia para reunirse con el patriarca ortodoxo Alexei II y muchos de los otros obispos ortodoxos.
Juan Pablo II fue Papa durante 27 años, escribió 14 encíclicas y cerca de 100 exhortaciones apostólicas, así como innumerables cartas y homilías. En más de 100 viajes apostólicos diferentes, visitó más de 130 países y lo han visto cerca de 400 millones de personas. Reunió e inspiró a millones de jóvenes, y en Manila, Filipinas, celebró la Santa Misa frente a 4 millones de personas, la mayor reunión humana de todos los tiempos.
San Juan Pablo II fue testigo de los frutos del trabajo de Ayuda a la Iglesia que Sufre. Durante su primera visita a Kazajistán, en 2001, un niño le obsequió con orgullo un ejemplar de la Biblia, publicada en su propio idioma, el kazajo. El Papa se alegró de ver este libro, ya que fue él quien inspiró su publicación cuando, durante su primera visita al extranjero como pontífice en enero de 1979, en la ciudad de Puebla (México), presidió la Asamblea Plenaria de los Obispos Latinoamericanos. Fue allí donde el padre Werenfried le sugirió que los niños necesitaban algo como una pequeña Biblia “para que la imagen de Jesús se convirtiera en algo vivo en sus corazones”. De este encuentro nació uno de los proyectos más grandes de Ayuda a la Iglesia que Sufre: la famosa serie Biblia del Niño, Dios Habla a sus Hijos”.
“La última concelebración eucarística del Santo Padre y Werenfried fue en primavera, en abril de 2002. La respiración de Juan Pablo II se estaba volviendo muy agitada. Al final de la misa apenas podía hablar. Se sonrieron; se abrazaron. En un gesto que lo decía todo, el Santo Padre le dio a Werenfried su propio cirio pascual, junto con un ícono de la Virgen Negra de Czestochowa. Fue su despedida terrenal”. Así, describió su último encuentro el periodista italiano Orazio Petrosillo, que falleció en 2007 y fue testigo del momento.
Un siglo después de su nacimiento, ha dejado un inmenso legado al que la Ayuda a la Iglesia que Sufre se ha esforzado por ser fiel hasta el día de hoy. Muchos de los proyectos apoyados por la fundación llevan el nombre de este santo Papa, canonizado en 2014. Por ejemplo, el Seminario Diocesano de Tombura Yambio, en el sur del Sudán; el Centro de Catequistas de Itigi, en Tanzania; el Centro Pastoral Juvenil de Sarajevo, en Bosnia; y el Instituto Juan Pablo II para la Familia, en Cotonú, Benín.
Muchos otros proyectos reflejan la devoción de los innumerables fieles que desean poner sus templos y capillas bajo la protección de San Juan Pablo II en todos los rincones del mundo: en un barrio de la periferia de La Habana, en un suburbio de la ciudad nicaragüense de Boaco, en una ciudad universitaria de Baranovichi, en Bielorrusia, y en la pequeña localidad de Mutoko, en Zimbabwe, donde viven campesinos y artesanos humildes.
El 16 de noviembre de 1981, el Papa recibió en Roma a los participantes de la Asamblea General de Ayuda a la Iglesia que Sufre y les dijo: “En los dos milenios de historia de amor cristiano al prójimo, han hecho una contribución eficaz y conmovedora, como expresa el nombre de su asociación, Ayuda a la Iglesia que Sufre. Me dirijo al querido padre Werenfried van Straaten, para expresarle mi gratitud en nombre de tantos obispos, miles de sacerdotes, religiosos y religiosas, novicios, seminaristas y millones de fieles católicos. A todos ustedes, diligentes colaboradores de esta hermosa obra de solidaridad eclesial, renuevo mis palabras de aliento e imparto mi particular bendición apostólica”. Esta es una bendición en la que todavía la fundación apoya sus cimientos .
—Maria Lozano