Los retos de la Iglesia en el continente más católico del mundo

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UNO DE CADA DOS CATÓLICOS DEL MUNDO VIVE EN AMÉRICA LATINA. Con casi 500 millones de católicos, y a pesar de una presencia de las sectas cada vez mayor, cerca del 44 por ciento de todos los católicos del mundo viven en América Latina. Si se añaden los 60 millones de hispanos que, según el censo de Estados Unidos, viven ahora en Norteamérica, casi la mitad de todos los católicos del mundo son originarios de Latinoamérica.

“Los católicos de América Latina son una comunidad viva, apasionada y dinámica, con un gran respeto por la dignidad humana, que valora mucho la familia y tiene un profundo sentido comunitario. Todo esto es muy positivo. Esos valores cristianos, como la búsqueda del bien común y la preocupación por el bienestar de todos, especialmente de los más pobres y vulnerables de la sociedad, están muy presentes entre esta comunidad”, explica Rafael D’Aqui, responsable de una de las secciones de América Latina en Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).

Fieles en Bolivia

Sin embargo, a pesar de su gran número, los católicos en América Latina se enfrentan a grandes retos. Las desigualdades sociales son extremas y los ingresos generalmente bajos. La pobreza en Latinoamérica hace que la vida sea difícil para la mayoría. Estos problemas crean a su vez altos niveles de violencia y otros males sociales que afectan a las familias y se transmiten a las siguientes generaciones.

Un reto constante al que se enfrenta la Iglesia es el crecimiento incesante de los municipios suburbanos que rodean las grandes ciudades. Como consecuencia de la pobreza en las zonas rurales, la gente se traslada a las ciudades en busca de las esperadas oportunidades de empleo que ofrece la vida en las grandes ciudades. Este es un fenómeno que se da en la mayoría de los países del continente, como por ejemplo en Perú, donde los católicos representan el 76 por ciento de la población, la mayor comunidad religiosa del país con diferencia, pero donde al mismo tiempo el éxodo rural continúa a un ritmo creciente. Muchos peruanos, en su mayoría jóvenes, se trasladan a las ciudades y a los municipios suburbanos, donde se enfrentan a peligros como la drogadicción, la pérdida de sus raíces culturales y la ruptura con sus vínculos familiares.

Esta migración hacia las ciudades continúa sin cesar, y el consiguiente crecimiento demográfico representa un gran reto para la Iglesia católica, que se ve obligada a establecer nuevas parroquias para seguir estando cerca de la gente. Pero al mismo tiempo es imposible crecer a la misma velocidad, por pura falta de recursos económicos. Sin embargo, este apoyo espiritual es crucial para muchas personas, ya que la Iglesia es a menudo el último refugio de esperanza para ellos en esta nueva situación. “Si la urbanización es tan rápida que la Iglesia no puede construir un lugar de culto al principio, sin duda será aún más difícil después proporcionar a la gente un lugar para practicar su fe”, dijo D’Aqui.

Otra consecuencia del rápido crecimiento de los católicos en las grandes ciudades del continente es la falta de sacerdotes y catequistas para atenderlos. En Bolivia, aproximadamente el 80 por ciento de los 11 millones de habitantes del país son católicos, pero atender a estos católicos es una tarea extremadamente compleja y difícil en las grandes ciudades, donde la población ha crecido rápidamente. “La capital, La Paz, por ejemplo, que está situada en lo alto de los Andes a una altitud de casi 12 mil pies, tenía una población de 766 cuatrocientos sesenta y ocho habitantes en el año 2012. Pero ahora tiene más de un millón de habitantes, debido a la afluencia de gente de los pueblos indígenas de las zonas rurales. Hay una necesidad urgente de más sacerdotes, y por eso Ayuda a la Iglesia que Sufre está muy abierta a las peticiones de las diócesis afectadas, sobre todo para la formación de futuros sacerdotes”, explica D’Aqui.

Otro gran problema para la evangelización es la gran extensión geográfica de las diócesis en muchos países del continente latinoamericano. Un ejemplo es la diócesis de Óbidos, en la región amazónica de Brasil, que tiene una superficie de más de 71 mil millas cuadradas, es decir, aproximadamente el doble de Portugal. Con siete parroquias y cuatro zonas de misión, solo una de ellas es accesible por carretera desde la ciudad de Óbidos. Este es sólo un ejemplo del tipo de vastas distancias y enormes áreas, a menudo cubiertas por una densa selva, que desafían a la Iglesia en la región amazónica. El transporte por carretera es extremadamente difícil y, en la mayoría de los casos, el único medio de transporte es la embarcación fluvial.

La región amazónica es un foco de gran interés internacional, pero solo por su valor comercial y no por ninguna perspectiva religiosa o ética. Es una zona muy necesitada: de evangelización y de valores. “Es la fuerza del Evangelio la que afirma la verdadera dignidad humana. La Iglesia, con su amor de madre, se preocupa por la persona humana. Esta es una zona donde hay una gran pobreza, a pesar de la presencia de vastos recursos naturales. Tenemos que proteger a los pueblos indígenas y acompañarlos en su fe, respetando sus costumbres, lenguas y valores”, insiste D’Aqui.

La región cuenta con inmensos recursos, pero la población local es extremadamente pobre. La Iglesia desempeña un papel fundamental en la ayuda a los más pobres y olvidados. Ayuda a la Iglesia que Sufre ayuda proporcionando un transporte vital para los misioneros en la región, e incluso solventando los gastos de combustible, ya que muchas de las comunidades locales no pueden permitirse ese gasto. La organización benéfica apoya a las comunidades indígenas y fomenta el apostolado de las vocaciones. “Hay jóvenes de familias indígenas que quieren ofrecer su vida como sacerdotes, pero que necesitan el apoyo de nuestros benefactores para financiar su formación”, añade D’Aqui.

La escasez de sacerdotes y la escasa presencia de la Iglesia católica sobre el terreno han hecho posible un agresivo avance de diversos grupos evangélicos y sectas que se extienden ampliamente por el continente. Estas sectas se aprovechan de la falta de formación espiritual y de conocimiento de la fe católica de la población. Sin el apoyo de la Iglesia, la gente busca la próxima alternativa espiritual y a menudo acaba uniéndose a estas sectas, que son más fácilmente accesibles. La corrupción política, el desempleo, la crisis económica y la destrucción del medio ambiente llevan a muchos fieles a sucumbir a las falsas promesas de salvación que ofrecen esas sectas.

Fieles en Cuba

Para combatir el crecimiento de estas sectas, es importante promover la familia y la educación cristiana. Dice D’Aqui: “Las familias juegan un papel vital en la transmisión de la fe y el cuidado de la comunidad. Ellas apoyan a otras familias, cuidan de los ancianos, etc. Cuando la familia se rompe, estos valores se pierden y se crea un vacío que suele ser ocupado por las sectas, que ofrecen un sentido alternativo de “familia”, un sentido de ser “alguien” y el reconocimiento de su “dignidad”.

La Iglesia en América Latina es un pilar para el resto del mundo, y muchos misioneros en Europa y África son el resultado del generoso compromiso de muchas de las vocaciones forjadas en este continente. Pero también es importante apoyar a la Iglesia de aquí a la hora de afrontar sus propios retos cada vez mas grandes. Por eso Ayuda a la Iglesia que Sufre prioriza el apoyo a la formación de sacerdotes, seminaristas y religiosas, para que el pueblo no camine como un rebaño sin pastor, sino que esta vasta comunidad católica pueda ser una esperanza de futuro para el mundo entero.

—Christina Moreno