Nicaragua: una Iglesia del lado del pueblo trabaja por la paz

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NICARAGUA es hoy un país atrapado entre dos identidades: es una nación dirigida por un Gobierno que en muchos aspectos continúa una larga historia de dictadura, tipificada por la dinastía Somoza, que gobernó el país por casi 6 décadas durante el siglo XX. Por otro lado, es un país cuya gente ha dicho “basta”. Un pueblo que ha despertado de su estupor y que ahora desea avanzar, junto con una Iglesia católica dirigida por 10 obispos que no temen guiar su rebaño y salirse de los márgenes, como sigue pidiendo el Papa Francisco, y que abre las puertas de sus iglesias y catedrales para convertirse, literalmente, en un hospital de campaña. Es una Iglesia sin banderas políticas y que no hace distinciones en el cuidado de los heridos, apoyando a los que sufren y alimentando su hambre, tanto física como espiritual.

Capilla en Nicaragua

“[Los obispos] se movilizaron en un momento difícil… Cuando la gente sufría mucho, porque tenía miedo de salir a la calle”, dice un sacerdote de la Diócesis de Matagalpa, que por razones de seguridad prefiere permanecer en el anonimato. Se dirige a una delegación de Ayuda a la Iglesia que Sufre, que visitó el país a finales de noviembre de 2018.

A pesar de los carteles de la ciudad, que presumen de una Matagalpa “cristiana, socialista, solidaria”, la tensión es palpable, con policías y paramilitares en las calles para disuadir a la población civil de realizar cualquier protesta, aunque estas, en su mayoría, han sido pacíficas. Las protestas comenzaron en abril de 2018, pero en el caso de Matagalpa, las fuerzas gubernamentales han llegado a prohibir que un grupo de mujeres honren la memoria de sus hijos asesinados en la guerra civil, en una marcha que realizan regularmente desde hace casi 20 años.

“Soy uno de las afortunados. Muchos sacerdotes se han visto obligados a huir”, nos dice nuestro amigo. “Pero no podemos permanecer impasibles cuando la gente irrumpe durante la misa porque [los soldados] los están matando. Porque el ejército y la policía no les están tirando dulces. Están disparando a matar, apuntando a las cabezas, las espaldas y los pechos de la gente”.

“El Evangelio nos enseña que debemos abrir nuestras puertas a los perseguidos, y esto es lo que hicimos. Nuestras iglesias se convirtieron en lugares de refugio, no en centros de planificación de la oposición, como afirma el Gobierno.”

Este es un sacerdote que sabe de lo que está hablando. El 15 de mayo de 2018, en un auto perteneciente a la diócesis y conocido como “la ambulancia”, rescató a 19 manifestantes heridos que habían sido alcanzados por las balas disparadas por los AK-47 del ejército. Por orden del Gobierno, se prohibió a los hospitales públicos ayudar a los heridos, la mayoría de los cuales eran estudiantes universitarios.

“Durante esos días, la gente en los bancos de nuestra iglesia no escuchaba el Evangelio, lo vivían”, dice con emoción.

A partir de septiembre, y con la ayuda de varias organizaciones internacionales, la Iglesia local abrió 5 oficinas pastorales de “derechos humanos” que proporcionaron apoyo a las familias que habían perdido a sus hijos durante las manifestaciones, y también a los que siguen siendo perseguidos hoy en día por haber protestado. Alrededor de 50 personas siguen encarceladas sin juicio, y cientos han “desaparecido”, mientras que se estima que unas 30.000 personas se han exiliado a Costa Rica, y muchas más a otros países.

“Nos acusan de esconder armas, pero nunca lo hemos hecho”, nos dice el sacerdote. “Nuestra única arma ha sido Jesús en la Eucaristía”.

El número de personas que hoy en día dependen de la Iglesia para su supervivencia se ha triplicado desde abril de 2018. “Llevamos un pequeño rincón de la cruz de Cristo”, nos dice. “No podemos cargarlo todo. Es Él quien nos ayuda”.

La situación de los obispos y de muchos religiosos en Nicaragua no es nada fácil. Su acción al abrir las puertas de las iglesias para atender a los heridos, tanto estudiantes como policías, y su disposición a involucrarse en un proceso fallido de diálogo nacional, ha hecho que muchos de ellos sean calificados como “golpistas” y “terroristas” por fuentes oficiales.

Uno de estos líderes de la Iglesia es el cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua, la capital del país. A pesar de las dificultades, no ha perdido ni su sonrisa ni su fe. Pero Brenes no puede ocultar su preocupación por el futuro de Nicaragua, un país que ha vivido suficientes revoluciones como para saber que muchas de las ideas grandilocuentes que convencen a las masas, tarde o temprano, terminan siendo destruidas por el abuso de poder de unos pocos.

Cardenal Leopoldo Brenes

La última revolución se inició el 18 de abril de 2019, aunque muchos nicaragüenses coinciden en que en realidad no fue más que “el palo de fósforo que encendió la hoguera que se había ido acumulando mucho tiempo atrás”.

“La Iglesia está acompañando el proceso de diálogo que se inició después de las protestas, pero como un servicio al país”, insiste Brenes. “No estamos interesados en el poder, sino en apoyar los esfuerzos por la paz, sin buscar ningún beneficio más que el bien del país. Cuando se produjeron los enfrentamientos entre las fuerzas del Gobierno y los manifestantes, defendimos a todas las partes”.

Más de una vez, el cardenal se vio obligado a mediar entre el Gobierno y los manifestantes, tanto para rescatar a los oficiales de policía que habían sido capturados como para evitar que los soldados les dispararan a los estudiantes. “Nunca le preguntamos a nadie de qué lado está, simplemente ayudamos a todos los que nos pidieron ayuda”, nos dice, y añade: “Ambos bandos eran violentos a veces, pero el Gobierno hizo un uso desproporcionado de la fuerza. La policía antidisturbios tenía rifles, mientras que los jóvenes manifestantes tenían catapultas y bombas de gasolina caseras”.

El reto ahora es trabajar por la reconciliación nacional; algo que el cardenal sabe que llevará generaciones y que no puede lograrse de la noche a la mañana. “Pero tenemos que sentar las bases para esta reconciliación”, subraya.

La fe del cardenal le hace seguir adelante. Dice: “Rezo el rosario todos los días: el primer misterio por Nicaragua, el segundo por la conversión de los gobernantes, el tercero por las madres que han perdido a sus hijos o los tienen en prisión, el cuarto por los presos políticos y el quinto por el clero”.

“Creemos que la fe puede mover montañas, y el rezo del rosario puede convertir los corazones y moverlos a una verdadera reconciliación que cuide de los corazones heridos y busque el bien de todos. Y tú, ¿rezarás por Nicaragua?”.

—Inés San Martin