Siria: “No nos dejaron tocar las campanas de la iglesia”

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ATENCIÓN A LOS DESPLAZADOS CRISTIANOS DEL NORTE DE SIRIA. El padre Hugo Alaniz es un sacerdote misionero del Instituto del Verbo Encarnado. Argentino, llegó a Siria a finales de 2017. Durante una entrevista con Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), el padre Hugo recordó el viaje en plena guerra civil desde Damasco hasta Alepo, ciudad que aún estaba bajo el control de los grupos rebeldes. “Fue un viaje muy largo y peligroso. Viajamos por el desierto porque la carretera principal no era apta para viajar. Fui testigo de una escena desoladora, con muchos pueblos y aldeas abandonados, y en las afueras de Alepo nada más que ruinas”.

“Hasta hace un año y medio muchas de las zonas de los alrededores de Alepo seguían llenas de terroristas, y fuimos testigos de enfrentamientos muy cerca de nosotros. Vimos cosas muy tristes e impactantes en los hospitales, con muchos heridos por balas o metralla de ataques terroristas lanzados desde fuera de la ciudad”, recuerda el padre Hugo.

Los combates ya han cesado en Alepo, pero la situación económica ha cambiado poco. En la actualidad, según las cifras oficiales, cerca del 90% de la población siria vive por debajo del umbral de la pobreza.

Moufida Jallouf y su marido Moussa Ogzan

“Calculo que una familia de cuatro o cinco personas necesitaría entre 350 y 400 dólares al mes para vivir, pero los sueldos suelen rondar los 25 dólares. En otras palabras, no viven, sino que simplemente subsisten. Es muy difícil para ellos”, dice el padre Hugo.

Informa el padre que hay comida en los supermercados, pero la gente no puede permitirse todo lo necesario, como la leche, porque los precios son muy altos. Además, debido a las sanciones es casi imposible conseguir productos del extranjero, como medicamentos, piezas de repuesto para máquinas y coches y ciertos tipos de ropa y alimentos que no se producen en el país.

Cuando llegó a Alepo en 2017, en respuesta a un llamamiento del obispo de rito latino de Alepo, George Abou-Khazen, el padre Hugo se hizo cargo de la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, en la parte oriental de la ciudad. Se trata de una zona muy castigada por los combates y la mayor parte de la población ha abandonado sus hogares.

“La gente se había trasladado al centro de la ciudad o había abandonado el país. Incluso la comunidad religiosa que vivía en esta iglesia se había ido. El obispo George consideró que era el momento de empezar a renovar la iglesia y un pequeño centro parroquial para animar a la gente a volver”, explicó el padre Hugo.

Las obras comenzaron en abril de 2018 y el padre Hugo está satisfecho con los resultados hasta ahora. “Fue significativo, porque en medio de todas las ruinas alrededor había algo así como un pequeño rayo de luz para la gente local. Poco a poco, empezaron a regresar, no solo de otras partes de la ciudad, sino también de otros lugares dentro de Siria. En los últimos dos años algunas familias han regresado incluso desde el Líbano”.

Entre los que más han sufrido desde el final de la devastadora guerra están los ancianos y los enfermos. Durante la guerra, muchas familias que tenían hijos varones se fueron por el servicio militar. Incluso ahora, cuando la guerra ha terminado en la mayor parte de Siria, el servicio militar obligatorio todavía se prolonga durante muchos años. Muchas familias prefieren abandonar el país, pero el resultado es que los ancianos, los enfermos y los discapacitados se quedan solos. Los misioneros del Verbo Encarnado intentan aliviar la carga de su terrible soledad.

“Están muy solos. Les visitamos y vemos lo que necesitan. Empezamos proporcionando medicamentos, y pantalones de incontinencia para los enfermos y los ancianos. También tenemos una cocina comunitaria, en la que un grupo de voluntarios cocina tres días a la semana, para proporcionar a estas personas comida en sus casas. Los otros tres días ‘Moufida’ recordó cómo los grupos islamistas armados invadieron su pueblo. “Nos quitaron nuestro sustento, nuestro dinero y nuestras casas, cocinan para las demás personas que viven o trabajan en los alrededores”.

Muchos de los ancianos que viven en la zona están recibiendo esta ayuda, entre ellos Moufida Jallouf y su marido Mousa Ogzan, que huyeron a Alepo a través de un corredor humanitario desde el norte de Siria, donde el conflicto armado aún continúa. Se han convertido en desplazados internos: refugiados dentro de su propio país. Moufida recordó cómo los grupos islamistas armados invadieron su pueblo: “Nos quitaron nuestro sustento, nuestro dinero y nuestras casas. Tampoco nos dejaron tocar la campana de la iglesia, pero seguimos rezando y haciendo la señal de la cruz en privado dentro de nuestras casas”.

“Ahora no podemos permitirnos ni siquiera las necesidades básicas de la vida, así que gracias a Dios la Iglesia nos está ayudando. Queremos dar las gracias a ACN por apoyar a la parroquia de Nuestra Señora de la Anunciación, para que también podamos sobrevivir”, añadió Moufida.

Destrucción en Aleppo

El trabajo a realizar es inmenso, y la situación puede parecer absolutamente desesperada, pero el sacerdote argentino lo tiene muy claro: “De aquí, de Siria, Palestina, Jordania y lo que hoy es Israel, vinieron los primeros cristianos. Creo que es una obligación para nosotros, como Iglesia, ayudar a los cristianos de Oriente Medio. No solo porque se trata de Tierra Santa, sino porque gracias a ellos conocimos el mensaje del Evangelio”.

“Gracias a Dios, hemos podido ayudar a muchas familias, por lo que nuestro llamamiento a los benefactores de ACN es a que por favor, no nos olviden, por favor, no olviden a nuestras comunidades aquí que todavía necesitan ayuda externa”. Gracias a su ayuda podemos seguir desempeñando nuestro pequeño papel de apoyo a la comunidad cristiana, aquí en Alepo, en Siria, en Oriente Medio. Es una ayuda inmensamente valiosa. Todo lo que puedan seguir aportando tendrá un gran significado, sobre todo para esta gente, que lo ha perdido todo, que sigue estando muy necesitada, que necesita su ayuda”, concluye el padre Hugo.

—Maria Lozano