En Ucrania, sirviendo junto a la cama, un sacerdote lleva el amor de Dios a los pacientes con COVID-19
GRZEGORZ DRAUS no es un astronauta, aunque pueda parecerlo, ni es piloto de una nave espacial. Lleva puesto un equipo de protección que incluye no menos de 13 elementos diferentes. Su objetivo: cuidar de los pacientes con COVID-19 en un hospital especial en Lviv, Ucrania.
Mascarilla, gafas protectoras, traje de trabajo, guantes…, todos los médicos, enfermeras y demás personal sanitario tienen que llevarlos. Pero Grzegorz lleva un artículo adicional que lo distingue del resto: su estola de sacerdote.
El padre Grzegorz Draus es un sacerdote católico polaco que desde hace 9 años ejerce su ministerio en Lviv, un importante centro cultural y científico. La región de Lviv cuenta con más de 3.000 casos de contagios de COVID-19, con 700 casos hospitalizados; hasta ahora, ha habido 100 muertes. Desde el estallido de la pandemia, el padre Draus ha estado visitando a los pacientes con coronavirus en el hospital 2 veces por semana. Le dijo a Ayuda a la Iglesia que Sufre: “Por desgracia, debido a mi otro trabajo pastoral, me es imposible visitarlos más a menudo”.
“Paso 8 horas dentro de este ‘uniforme’. Cuando voy de un hospital a otro, tengo que cambiar parte del equipo y desinfectarme”, explica. Y añade: “Para mí, lo más difícil es tener que trabajar a pesar de la humedad y el sudor, porque todo se empaña y es casi imposible ver algo. No puedo imaginar cómo las enfermeras se las arreglan para trabajar en tales condiciones; no es nada fácil. Pero tienen que hacer su trabajo de todas formas, por ejemplo, dar inyecciones”.
Continúa: “Visito cada habitación, bendigo a los pacientes y trato de traer buenas noticias. Hablo del amor de Dios. Les digo que Jesucristo está muy cerca de ellos en su sufrimiento, ya que sufrió algunos de los mismos síntomas que los que luchan contra la enfermedad; él también luchó por respirar”.
Además de sus sufrimientos físicos, el sacerdote dice: “Lo más difícil para los pacientes del hospital es lidiar con las consecuencias de la enfermedad y los problemas que trae a los demás, la hospitalización y el aislamiento. Algunos de ellos incluso se sienten culpables”.
Para fortalecerlos espiritualmente, el padre Draus oye confesiones y distribuye la comunión. Debido a las normas sanitarias, no puede consumir ninguna de las restantes hostias consagradas ni guardarlas de ninguna manera. “Pero cada día experimento un pequeño milagro, porque el número de personas que reciben la Santa Comunión es siempre igual al número de hostias que he traído conmigo”, dice.
El padre Draus nunca podría haber imaginado que su ministerio lo llevaría a esta situación, pero siempre tuvo claro que seguir la llamada de Dios al sacerdocio sería una aventura. “Dios no necesita tu sacrificio, sino tu amor”, cita la respuesta de un amigo cuando, siendo adolescente, el padre Draus le había dicho que quería “sacrificarse para servir a los pobres”.
En los casi 25 años que ha pasado desde entonces amando a los pobres y a los necesitados, este sacerdote nunca se ha arrepentido “ni un solo día” de su ordenación. Lo único que desea es seguir el ejemplo de Santa Teresa de Calcuta, “que solo dormía 4 o 5 horas al día, porque estaba llena de celo por su trabajo y amaba lo que hacía”. Yo también quiero amar lo que hago de la misma manera, hasta el final”.
Para apoyar el trabajo de los sacerdotes y religiosos ucranianos durante la pandemia, Ayuda a la Iglesia que Sufre ha proporcionado el equipo de protección necesario —incluyendo mascarillas faciales, guantes, antisépticos, etc.— a 3478 sacerdotes, 92 seminaristas y unos 1.000 miembros de comunidades religiosas, para su propia protección y para prevenir la propagación del coronavirus.
—María Lozano