Un sacerdote recordado en el 15º aniversario de su asesinato

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EN EL AÑO 2000, el sacerdote italiano Andrea Santoro, de 55 años, fue voluntariamente a Turquía para hacerse cargo de la pequeña comunidad católica de Trabzon como párroco. Trabajó allí durante menos de seis años, hasta que el 5 de febrero de 2006 un musulmán fanático de 16 años le disparó mientras estaba arrodillado rezando en su iglesia. Dos balas le atravesaron el corazón y el hígado. En todo el mundo, la gente se horrorizó por el asesinato.

“Le recuerdo con especial cariño. Tenía una larga amistad con él”, dijo el cardenal italiano Enrico Feroci a Ayuda a la Iglesia que Sufre en un mensaje de vídeo con motivo del aniversario de la muerte de su amigo.

Padre Andrea Santoro
Padre Andrea Santoro

Andrea Santoro nació en Priverno, en la región del Lacio, en 1945. Se ordenó sacerdote en Roma en 1970, donde posteriormente dirigió la parroquia de Gesù di Nazareth, en la periferia de la capital. Tanto el cardenal Feroci como el padre Santoro pasaron la mayor parte de su vida en Roma, y fue allí donde el futuro cardenal vio a su amigo por última vez, cuatro días antes de que fuera asesinado: “Le acompañé al aeropuerto de Fiumicino, aquí en Roma, y nos despedimos. Fue el último abrazo de mi amigo antes de que partiera hacia Turquía”. Santoro había elegido servir a la Iglesia en Oriente Medio porque sentía que era “una madre que debía recibir de la Iglesia matriz (la Iglesia de Roma) el respeto y la ayuda necesarios”. explica el cardenal Feroci.

El diálogo de religiones en Turquía era de gran importancia para el sacerdote asesinado: “En todas partes he experimentado interés y una viva participación, así como un sincero deseo de comprender y de forjar lazos de confraternidad”, escribió poco antes de su muerte; “a estas alturas, la minúscula comunidad cristiana de Trabzon se reúne cada domingo por la mañana para celebrar la liturgia de la palabra. Dos veces por semana la iglesia se abre a los musulmanes. La delicada luz de las velas ilumina la casa, mientras que con la lámpara apagada, todo queda a oscuras. Que Jesús brille en nosotros: con su Palabra, con su Espíritu, con la fuerza de sus santos. Que nuestra vida sea esa cera que se consume voluntariamente”.

La noticia de la muerte de Santoro fue una gran conmoción, pero el cardenal Feroci no cae en la desesperación: “Creo en lo que decían nuestros antepasados: ‘La sangre de los mártires es la semilla del cristianismo’. Creo que el profundo testimonio de fe de la vida sacerdotal del padre Andrea —vivida en el respeto y el amor al prójimo— dará frutos de apertura, en el sentido de que la gente estará más dispuesta a escuchar la Palabra de Dios y a servir a sus hermanos.”

—Daniele Piccini