Una comunidad católica en Vietnam sigue sin ser reconocida por el gobierno

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MILES DE CATÓLICOS EN VIETNAM han sufrido discriminación por su fe en la provincia noroccidental del país, Dien Bien, donde las fuerzas comunistas derrotaron a las tropas francesas en 1954. La provincia alberga tres parroquias y muchos centros misioneros que atienden a unos 3 mil católicos, incluidos los ‘Hmong’. Ellos utilizan sus propias casas como capillas mientras las autoridades se niegan a reconocer las necesidades religiosas de la población local. Solo han aprobado la parroquia de Dien Bien y han permitido que un solo sacerdote preste atención pastoral a la población local.

Mary Nguyen (nombre ficticio) dirige el coro y las oraciones en un centro misionero que atiende a 20 católicos. Esta madre de tres hijos habló con Ayuda a la Iglesia que Sufre sobre las continuas dificultades de los católicos en Vietnam:

“Abracé el catolicismo y me casé con mi marido, también católico, en 1996. Tuvimos que volver a su parroquia natal, en la provincia de Ha Nam, para asistir a los cursos pre-matrimoniales y a celebrar nuestra ceremonia”.

“Hasta hace unos años, los católicos teníamos que practicar nuestra fe en secreto, ya que las autoridades locales consideraban esta zona como ‘libre de religión’. Nos prohibían reunirnos para rezar, nos amenazaban con multarnos y les generaban serias dificultades a los sacerdotes que nos visitaban.

“Los sacerdotes de otros lugares hacían visitas pastorales a los católicos del distrito de Muong Nhe dos o tres veces al año. Tenían que pedir permiso al gobierno y proporcionar una lista de participantes en los servicios. Los sacerdotes se veían obligados a abandonar los lugares justo después de los servicios. En 2015, un obispo y algunos sacerdotes se vieron obligados a abandonar el distrito en una noche de lluvia y viento tras su breve visita”.

Misa celebrada en una casa particular en Vietnam

“No nos atrevimos a mostrar nuestra identidad cristiana ni a montar altares en nuestras casas, pero rezamos en silencio por la noche. Temíamos luego encontrarnos con problemas relacionados con nuestros negocios y medios de subsistencia”.

“Volvimos en secreto a la parroquia de mi esposo, a 300 millas de distancia, para asistir a los servicios de Navidad y Pascua. Nos quedábamos allí unos días antes de volver a casa. Estos viajes nos cuestan mucho dinero”.

“A las comunidades católicas de aquí no se les conceden permisos para comprar terrenos para erigir capillas, así que tienen que utilizar sus casas como capillas. Se les discrimina por su fe. A los pueblos católicos no se les suministra electricidad, agua potable, baños públicos, semillas y crías de animales, como ocurre en otros pueblos. Como resultado, muchas personas, especialmente los aldeanos étnicos, viven en la miseria.

“Las autoridades gubernamentales aducen razones de seguridad para restringir las actividades religiosas. Afirman que en esta remota zona hay tráfico de drogas, trata de personas y grupos clandestinos que evangelizan entre los aldeanos hmong”.

“Mientras nos reunimos para rezar en la casa de un lugareño, los agentes de seguridad se quedan afuera observándonos. Les decimos prudentemente que estamos rezando por nuestros antepasados y por nuestra propia vida, para que no causen ningún problema. Los católicos que sí dirigen grandes negocios, como empresas de construcción, no asisten abiertamente a nuestros servicios de oración, ya que temen posibles represalias del gobierno”.

“En 2017, un sacerdote de la parroquia de Dien Bien empezó a visitar nuestro centro de misión y a decir misa por nosotros. Al principio, tenía que pedir un permiso del gobierno cada vez que nos visitaba mensualmente. Ahora se le permite celebrar misas en una iglesia local semanalmente. Los agentes de seguridad vigilan de cerca nuestras ceremonias, pero no causan problemas”.

“No odiamos a las autoridades porque Dios nos enseña a amar a todas las personas. Además, las autoridades han relajado un poco su política en materia de religión en los últimos años.

“Pagamos muy caro décadas de vivir sin sacerdotes ni actividades religiosas. Mi esposo era carpintero, tenía adicción al juego, cometió adulterio y nos abandonó. Se divorció de mí y murió hace dos años. Muchas otras familias también se ven acosadas por divorcios, separaciones y problemas familiares”.

“Por mi experiencia, veo que es la fe religiosa, y no el confort material, lo que trae la verdadera felicidad. Ahora estamos encantados de poder mostrar públicamente nuestra identidad católica y celebrar misas semanales en nuestro pueblo, aunque nuestra comunidad aún no esté reconocida por el gobierno”.

—Francis Tran