Una oportunidad perdida para la paz mundial en la época de la pandemia

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HACE DOS MESES, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, hizo una petición para un alto el fuego mundial con la esperanza de que las partes beligerantes se concentren en la batalla contra el COVID-19. Poco después, el Papa se hizo eco de este llamado. Ayuda a la Iglesia que Sufre se ha puesto en contacto recientemente con líderes de la Iglesia en varias zonas de conflicto para averiguar cuál ha sido el resultado de los llamados a la paz. Su conclusión: a pesar de la pandemia de COVID-19, la guerra y el terrorismo han continuado. He aquí un informe de la situación en Camerún, Siria, Filipinas, Ucrania, Nigeria, Irak, México y la República Centroafricana, visto a través de los ojos de los obispos y sacerdotes locales.

“Aquí el conflicto continúa”, dice el arzobispo Andrew Nkea, de Bamenda, en Camerún. Si bien es cierto que varios de los líderes del campo secesionista de la zona anglófona han acordado firmar un alto el fuego general, “en realidad no tienen mucha influencia sobre los que luchan sobre el terreno”.

La guerra en el este de Ucrania
La guerra en el este de Ucrania

En el noreste de Siria, en la región de Hassaké, donde Turquía está luchando contra las fuerzas kurdas, “los aviones de guerra siguen llenando el cielo y los ataques continúan sin cesar”, informa Mons. Nidal Thomas, vicario de la Iglesia católica caldea en la Gobernación de Jazeera-Hasaké. “No hemos tenido más de 2 o 3 días consecutivos de paz desde el brote de coronavirus”, añade. La pandemia ha atrapado a Siria en un estado de extrema fragilidad, después de 9 años de guerra. Siria ha perdido el 60% de sus médicos, y no más de una cuarta parte de sus hospitales siguen funcionando. Las sanciones internacionales pesan mucho en la economía.

En Filipinas, el alto el fuego entre el Gobierno y el movimiento guerrillero comunista, el Nuevo Ejército Popular (NPA), no se ha mantenido. Según el padre Sebastián D’Ambra, sacerdote misionero que trabaja en la región, “continúan las escaramuzas y los ataques de [la organización terrorista islamista] Abu Sayyaf en la isla de Jolo y en la región de Cotabato”, en el sur del país. No obstante, señala, “ahora hay más moderación, ya que ambos grupos están asustados por el virus y hay una presencia más visible por parte del ejército”.

Ya no es noticia, pero la guerra continúa en la región de Donbass, en Ucrania, como lo confirma el obispo Pavio Honcharuk, de Kharkiv, cuya diócesis se encuentra parcialmente en la zona de conflicto. La pandemia no ha hecho más que revelar hasta qué punto “el sistema oligárquico ha dañado la red sanitaria ucraniana, especialmente en el campo”. La pandemia ha puesto al descubierto la corrupción generalizada entre nuestros dirigentes, que es una consecuencia de la historia del país. A lo largo de los 70 años de comunismo, los valores familiares y tradicionales fueron debilitados y socavados por el Gobierno”, dijo el obispo.

En Nigeria, la pobreza es uno de los factores que preocupan a la Iglesia. “El principal peligro vinculado al COVID-19 para el país es el riesgo de hambruna que supone para los más pobres. Está desestabilizando una economía que ya es frágil”, dice el arzobispo Ignatius Kaigama, de Abuja, la capital nigeriana. También subraya que, incluso después de la llegada de la pandemia, “el país sigue estando a merced de los esporádicos ataques terroristas de Boko Haram, especialmente en el noreste”.

Arzobispo Carlos Garfias Merlos
Arzobispo Carlos Garfias Merlos

En Irak, donde el ISIS fue derrotado en 2017, parece que todavía hay terroristas activos en las regiones de Kirkuk y la Gobernación de Saladino, en el noreste. Y la llegada del COVID-19 ha puesto a los servicios sociales en crisis. “Nunca se han recuperado de la derrota del régimen de Saddam Hussein, en 2003”, dice el patriarca caldeo, cardenal Louis Raphaël Sako, de Bagdad. “Hay tantos problemas”, añade, “no hay suficiente dinero, no hay suficientes hospitales, médicos o equipo médico… Y las restricciones de aislamiento son ajenas a la cultura local, especialmente para los hombres”. Sin embargo, con 5.000 casos del virus registrados ahora, el patriarca dice: “La gente debería quedarse en casa. Es la única manera de mantenerse a salvo”.

“La violencia en nuestra sociedad no ha disminuido”, dice el arzobispo Carlos Garfias Merlos, vicepresidente de la conferencia episcopal mexicana. En estas circunstancias, la Iglesia continúa, más que nunca, “abriendo sus puertas a las víctimas de la agresión”, añade. En esta fase de aislamiento, la Iglesia debe ser una Iglesia que “sale a los márgenes”, como ha insistido el Papa.

En la República Centroafricana, los grupos armados siguen luchando entre sí y causando estragos en el país, dice el obispo coadjutor Bertrand Guy Richard Appora-Ngalanibé, de Bambari. “Lamentablemente, en algunas zonas de la República Centroafricana, los grupos armados están librando batallas estratégicas con el fin de extender su supremacía y seguir saqueando los recursos naturales del país”, prosigue el obispo. Como nota positiva, informa que las iniciativas interreligiosas demuestran que la crisis actual puede ser una oportunidad para sanar los vínculos comunales dañados. “Con el apoyo de nuestros hermanos protestantes y musulmanes, reunidos en la Plataforma Interreligiosa de Religiones en Bambari, nos esforzamos por llevar a cabo campañas de concientización sobre esta pandemia, ya que muchas personas todavía no conciben su alcance o su peligro”.

—Amélie de la Hougue