Burkina Faso: Los terroristas atacan a “personas íntegras”
El atentado perpetrado en la diócesis de Dori el 25 de febrero es sólo el último acto de violencia en Burkina Faso. La Iglesia ha respondido a la persecución con caridad y esperanza.
Cuando Mons. Justin Kientega se convirtió en obispo de Ouahigouya, en Burkina Faso, podía viajar fácilmente a la frontera del país con Malí. Pero ahora, partes de su propia diócesis están vedadas debido a la actividad de grupos terroristas que quieren imponer el islam radical a la población.
“Los terroristas llegan a los pueblos en moto. Reúnen a la gente y les dicen que no vayan a la escuela y que no obedezcan al gobierno. Ordenan a los hombres que se dejen crecer la barba y a las mujeres que lleven el velo islámico. A veces cogen a una persona y la matan delante de todos”, dijo el obispo en una conferencia en línea organizada por Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
En otros lugares, dan un ultimátum a la gente: que abandonen sus hogares y no vuelvan jamás”. Los cristianos son minoría en esta región, y a menudo se enfrentan a instrucciones y castigos más severos. “No hay libertad de culto. En algunos pueblos permiten rezar, pero prohíben el catecismo; en otros lugares, dicen a los cristianos que no se reúnan en la iglesia. Esto lleva a muchos a marcharse. En mi diócesis, dos parroquias están cerradas porque los sacerdotes han tenido que marcharse, y otras dos están bloqueadas. Nadie puede entrar ni salir”.
El ataque del 25 de febrero fue el caso más reciente. “Había 47 personas en la capilla para la misa del domingo por la mañana. Había 17 hombres, y el resto eran mujeres y niños. Los terroristas llegaron y mataron a 12. Nueve personas murieron en la capilla y otras tres fallecieron a causa de las heridas. Entre los muertos había dos niños, uno de cuatro años y otro de 14”.
Catástrofe humanitaria
La persecución en curso ha provocado un desastre humanitario, con miles de personas que huyen de las aldeas a ciudades o pueblos donde pueden contar con la protección de la policía y el ejército. “En las ciudades, los cristianos hacen todo lo posible por ayudar a estas personas. En muchas parroquias se les acoge y se intenta encontrar comida para ellos”, dice el obispo.
El obispo Kientega afirma que más de 200 escuelas han tenido que cerrar, entre ellas 30 escuelas católicas, que habían sido ejemplos de armonía intercomunitaria, ya que muchas familias musulmanas confiaban a sus hijos al cuidado de las instituciones gestionadas por la Iglesia. Burkina Faso tenía tal reputación de respeto mutuo entre las distintas comunidades que el nombre del país significa literalmente “Tierra de la gente honrada”. Todo esto lleva al obispo a preguntarse: ¿quién instrumentaliza a estos jóvenes y les lleva a cometer estas atrocidades?
“Nos preguntamos: ¿cómo ha sucedido esto? ¿Quién les apoya? ¿Quién los financia? Algunos de ellos son burkineses, nuestros hermanos, y ni siquiera se cubren la cara. Pero la pregunta es por qué. ¿Por qué secuestran y matan a la gente? ¿Por qué vienen a llevarse nuestros bienes y animales, y queman aldeas?”.
El obispo Kientega explica que, en muchos casos, los jóvenes desempleados son atraídos a las organizaciones terroristas con la promesa de trabajo. Pero sigue siendo un misterio quién financia a estos grupos y les proporciona armas. El obispo agradece a las autoridades civiles y a las fuerzas armadas su apoyo a la población y su colaboración con la Iglesia para coordinar los esfuerzos de socorro.
“El gobierno está haciendo realmente todo lo que puede. Organizan convoyes que llevan alimentos a los pueblos bloqueados, y el ejército también está ayudando. El Estado conoce las necesidades de los desplazados, y nos dan directrices, para que la gente consiga lo que necesita para una vida mejor, aunque los retos sean grandes”.
“La fe ha crecido”
Pero a pesar de las dificultades a las que se enfrentan los cristianos en Burkina Faso, el obispo Kientega afirma que ninguno de ellos ha cedido a las exigencias de los terroristas de abrazar el islam. “Muchos de ellos aceptan la posibilidad de morir. Se niegan a quitarse las cruces y a convertirse. Siempre encuentran otras formas de vivir su fe y rezar”.
El obispo afirma incluso que “la fe ha crecido”, ya que la Iglesia se ha visto obligada a adaptarse.
“Esta miseria está empujando a la gente a volver a las prácticas religiosas tradicionales, como llevar ropas o amuletos que supuestamente les protegen del mal. [Pero] viajé a Bourzanga, y el jefe de allí, que practica la religión tradicional, me dijo que estaban contentos de que su sacerdote local se quedara durante la violencia. Es una fuente de fortaleza para ellos. Dice que el sacerdote valora la humanidad y no discrimina a nadie”.
Esta fe y caridad frente a la persecución se manifiestan también en la ayuda que recibe la Iglesia local. “Sabemos que el Papa está cerca de nosotros, y sentimos la presencia de la Iglesia universal. Estamos asociados con la diócesis de Limoges, en Francia, y rezan por nosotros todos los días. Y recibimos ayuda de ACN, que nos aporta lo que necesitamos. Pero lo principal es rezar para que el Señor toque el corazón de estos terroristas”.
Ayuda a la Iglesia que Sufre financia varios proyectos en Burkina Faso, y una delegación de alto nivel de ACN visitó recientemente el país para evaluar la situación. La organización caritativa católica ya ha anunciado que la región del Sahel -que incluye Burkina Faso, Mali, Níger y Nigeria- es una de sus prioridades para 2024.
-Filipe d’Avillez