República Centroafricana: la diócesis vuelve a la vida tras la masacre
EL NÚMERO de personas que han muerto como resultado de los ataques terroristas del 15 de noviembre de 2018 en la Catedral del Sagrado Corazón en la Diócesis de Alindao, República Centroafricana, y en el campo de refugiados inmediato sigue aumentando. Han muerto alrededor de 80 personas, incluyendo 2 sacerdotes y 1 pastor protestante. La Iglesia local publicó un informe para analizar los detalles de la tragedia, que marcó un recrudecimiento de la violencia contra los cristianos en el sur del país.
“La gente que huyó al bosque recién ahora está regresando. Con la esperanza de poder encontrar algo para comer, están buscando algunos granos de arroz y, entre las cenizas, los pocos frijoles que no se hayan quemado con el fuego.” Estas son las palabras del obispo Cyr-Nestor Yapaupa, de Alindao.
El campo de refugiados, que una vez albergó a más de 26.000 personas y fue supervisado por los sacerdotes de la diócesis, ha sido totalmente destruido. “Los ancianos y los discapacitados fueron simplemente quemados vivos, si es que no habían sido asesinados a tiros o decapitados”, dijo el obispo.
Y continuó: “En pánico, muchos padres se vieron obligados a dejar a uno u otro de sus hijos para salvar a los demás. Los atacantes dispararon indiscriminadamente contra la gente. El fuego atravesó el centro de recepción, varios de los edificios de la iglesia y la catedral perdió su techo. Los terroristas robaron autos, motocicletas y paneles solares, además de comida del almacén, dinero y combustible.”
Hay más de 14 grupos armados diferentes dispersos por toda la República Centroafricana. El presidente del país, Faustin Touadéra, no tiene los recursos para controlar las actividades de estos grupos. Son los restos de la guerra civil que comenzó en 2013, y que se disolvió en enfrentamientos entre los rebeldes seleka —una coalición casi en su totalidad musulmana— y los llamados “anti-balaka”, una milicia de autodefensa, que finalmente degeneró en bandas de jóvenes animistas y nominalmente “cristianos”.
Otra milicia musulmana, una rama de Seleka, estuvo detrás del ataque del mes de noviembre de 2019. El grupo se llama irónicamente “Unidad y Paz en África Central” (UPC). La UPC consideró el ataque como una medida de defensa legítima, ya que los militantes anti-balaka habían matado a 2 musulmanes en Alindao.
Sin embargo, fuentes de la Iglesia acusaron a la UPC de enriquecer sus agotadas arcas con Alindao, como “un floreciente centro comercial y una vaca para ser ordeñada”. A principios del otoño pasado, la UPC perdió el control de las minas de oro y diamantes que proporcionaban la financiación del grupo. Los comerciantes locales habían empezado a protestar por la extorsión ejercida por la UPC; el grupo estaba desesperado por una fuente alternativa de ingresos.
“Organizada y estructurada como está, la Iglesia católica juega un papel fundamental en la respuesta a la crisis humanitaria local”, explicó el obispo Yapaupa. La Iglesia mantiene relaciones con las agencias humanitarias, con el presidente y con la misión militar de la ONU, MINUSCA, en el país. Sin embargo, dijo el obispo, la Iglesia es un “objeto de codicia”, y una institución que los militantes quisieran destruir.
Una fuente informó que “dos días antes de la tragedia, el líder de la UPC fue recibido por el contingente mauritano de la ONU”. La diócesis considera que esta reunión fue posiblemente de “planificación consensuada” o de colusión abierta —las tropas mauritanas no intervinieron durante el ataque—. Los líderes de las tres principales comunidades de fe de la República Centroafricana —el cardenal Dieudonné Nzapalainga, de Bangui, el pastor protestante Guerekoyame Gbangou y el imam Omar Kobine Layama— han pedido una investigación por parte de la comunidad internacional.
“Hemos perdido todo, excepto nuestra fe”, dijo el obispo Yapaupa. Añadió: “Todavía podemos mirar a los ojos de nuestro enemigo y ofrecerle nuestro sincero perdón, sin ceder a un espíritu de venganza o de miedo”.
Ayuda a la Iglesia que Sufre está proporcionando fondos de emergencia para ayudar a la comunidad católica, así como estipendios de misa para apoyar al clero local en esta situación de desolación total.
—Emmanuelle Kaeser