Uganda: “Dios me salvó del alcoholismo”

Compartir esta noticia:

JESSICA NANSUBUGA, de 54 años, madre de 5 hijos, vive con su familia en Katanga, uno de los barrios marginales más grandes de Kampala, la capital de Uganda. Durante años, luchó contra su adicción al alcohol. Hoy en día, atribuye a la Iglesia su sobriedad. Contó su historia a Ayuda a la Iglesia que Sufre:

“Era tan adicta al alcohol que descuidaba a mis hijos; también tenía un comportamiento sexual peligroso. Apenas podía dormir sin ginebra; vendí todo lo que teníamos para poder comprar más alcohol; mi marido me dejó por mi adicción”.

Jessica Nansubuga

“Vivir en un barrio pobre solo empeoró mi situación y mi familia fue más vulnerable. Mis hijos dejaron la escuela y empezaron a trabajar como conserjes. No me importaba si habían comido o no; lo único que me importaba era la bebida. Incluso tenía sexo a cambio de alcohol; la mayoría de las veces estaba borracha y no sabía con quién me acostaba. Nada más importaba”.

“En agosto de 2016, me enfermé y perdí peso rápidamente. Asumí que era el resultado de un exceso de bebida y una mala dieta, pero en realidad había contraído el VIH/SIDA. Me odiaba a mí misma, y en un momento dado pensé en suicidarme”.

“Fue entonces cuando los trabajadores de salud locales me instaron a que dejara de beber y me remitieron a Serenity Center, una clínica de rehabilitación que fue fundada por misioneros católicos para tratar la adicción al alcohol y a las drogas en la comunidad. Allí, antes de comenzar mi tratamiento para tratar el VIH/SIDA, fui orientada por un sacerdote católico llamado Richard Kyazze. El hermano Emmanuel Mubangizi, director ejecutivo del Centro, anima a todos los adictos seropositivos a volver a Cristo y a rezar por la intervención de la Virgen María”.

“Luchamos para dejar de beber, y la Iglesia estuvo de nuestro lado y nos ayudó a lograr una recuperación completa. La mayoría de los empleados del Centro son católicos, y nos educaron para vivir en armonía con los principios espirituales, incluso respetando nuestros propios puntos de vista. También aprendimos sobre los muchos peligros del alcohol, incluyendo la violencia doméstica, las enfermedades del hígado, el cáncer y un mayor riesgo de exposición al VIH”.

“Todavía continúo beneficiándome de los programas del Centro, como el asesoramiento constante y la evaluación psiquiátrica, la educación familiar, la desintoxicación y los programas de postratamiento, que me han reunido con mi familia. Es más, algunos de nosotros hemos sido capacitados para ser sastres, cocineros, o para trabajar con computadoras y así poder mantenernos y volver a la sociedad”.

“Gracias a la intervención de la Iglesia, mi vida ha sido restaurada y soy capaz de recomponer lo que salió mal en casa como resultado de mi adicción a la bebida”.

En 2017, Ayuda a la Iglesia que Sufre, con programas por un total de 1,3 millones de dólares, apoyó a la Iglesia en Uganda.

—Hope Mafaranga